miércoles, noviembre 01, 2006

EPITAFIOS


Son muchas las páginas web que han dedicado algún comentario a los epitafios. Supongo que, en fechas tan señaladas como estas, se habrán reproducido como hongos pero, por lo general, casi todos se repiten y uno no sabe a ciencia cierta si son ciertos o no. La mayoría no lo son pero están bien porque desdramatizan un poco el momento de la muerte y ponen un punto de humor negro donde sólo cabían las lágrimas, el luto y la resignación.
Por mi parte, prefiero los epitafios literarios. Quevedo, Lope de Vega, Cervantes, lo bordaron pero son muchos los escritores conocidos o anónimos que han echado su granito de arena sobre las tumbas, sin más interés que el demostrar su ingenio y, también, su mala baba. Aquí dejo algunos:

Aquí yace un cortesano
que se quebró la cintura
un día de besamano.
............
Ladró al ladrón, pero calló al amante.
Así agradó a su amo y a su ama.
No lo pises que muerde, caminante.

QUEVEDO: "A un perro de mármol esculpido en el
sarcófago de la mujer de un avaro"
.........................

Su condición exquisita
fue tal, que entrando en el templo,
aunque diera mal ejemplo,
nunca tomó agua bendita.

D. PEDRO DE CASTRO Y ANAYA: "A un borracho"
....................

No riegues, !Oh, caminante!
con lágrimas mi sepulcro,
que las lágrimas son agua
y el agua no es de mi gusto.

JUAN DE IRIARTE: "A un borracho"
......................................

Aquí yace de un hipócrita
el cuerpo malvado y necio
que por no sufrir desprecio
bueno quiso aparecer.
Teniendo manchada el alma
con la lepra del pecado
ahora ya está condenado
a las penas del infierno.

(Estos versos están considerados los primeros de Juan Ramón
Jiménez)

Y, por último, estos irónicos, sarcásticos y socarrones versos del eximio escritor D. Ramón María del Valle-Inclán que, más que un epitafio, me parece un testamento:

Caballeros, salud y buena suerte.
Da sus últimas luces mi candil.
Ha colgado la mano de la muerte
papeles en mi torre de marfil.
Le dejo al tabernero de la esquina,
para adornar su puerta, mi laurel.
Mis palmas, al balcón de la vecina;
a una máscara loca, mi oropel.
Para ti mi cadáver, reportero.
(Si humo las glorias de la vida son
tu te fumas mi gloria en un habano).
Para ti mi cadáver, perro ingrato,
que después de cenar con mi fiambre,
adobado en tu prosa gacetil,
humeando el puro, satisfecha el hambre
y harto de mi carroña, ingenuamente,
dirás, gustando del bicarbonato:
"!Que D. Miguel no la diñe de repente!"

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