viernes, marzo 02, 2007

ALEJANDRO FINISTERRE

Cuando, siendo un crio, jugaba al futbolín no sabía quien era León Felipe ni Alejandro Finisterre; en realidad, no sabía nada del exilio ni apenas nada de la guerra, salvo las pocas cosas que contaban mis padres sobre algunas personas del pueblo que fueron fusiladas bajo un puente, unos kilómetros más allá.
Al lado del pórtico de la iglesia, cincelados en el muro, podían leerse los nombres de los falangistas muertos. Cuando veíamos al cura vestido con su larga sotana, corríamos a besarle el anillo sacerdotal. Era la paz de Franco pero también la paz del olvido.
Sin saberlo, muchas de las cosas que nos rodeaban habían sido inventadas por personas que estaban lejos, muy lejos, de nosostros.
Creo que fue en sexto de bachiller cuando leí los primeros versos libres del poeta zamorano; eran tan distintos a todo lo que había leído hasta entonces que me impactó. Ahora lo leo poco, ni siquiera me parece bueno y, como tantos otros, pecó, en ocasiones, de oportunista, pero cuando tuve la oportunidad de comprar sus libros, editados por Finisterre, uno tenía la sensación de que habían hecho un largo camino hasta llegar a mis manos; me lo decían su aspecto, su aparente fragilidad, el gesto, entre cómplice y preocupado, del librero cuando me lo daba.
Alejandro Finisterre, seudónimo de Alejandro Campos Ramírez, murió hace casi un mes, a los 87 años de edad, de una úlcera de duodeno. Su vida fue tan azarosa como la de León Felipe; probablemente más, pero fue de esos hombres irrepetibles que fueron capaces de sobreponerse a todas las adversidades que le tocó vivir con energía, con talento, con tenacidad.
En las numerosas necrológicas publicadas por todos los periódicos del país, se destaca su amistad con el poeta de Tábara, desde que lo conoció en el hotel Florida de Madrid, en octubre de 1936, hasta su muerte, y su condición de albacea, pero, sobre todo, resaltan, en titulares, que fue el inventor del futbolín.
La idea se le ocurrió en el hospital de la colonia de Puig, lugar de veraneo cercano a Monserrat. Había sido herido en noviembre en el bombardeo de Madrid; lo trasladaron a Valencia y, mas tarde, a este hospital de Barcelona. Tenía 18 años y le encargaron que se hiciera cargo de las actividades de los niños. Como algunos tenían heridas que les impedía jugar al aire libre y, en los salones, los heridos y los sanos, no paraban de alborotar, pensó en que podían jugar al fútbol de otra manera.
Con la ayuda de un carpintero de Monistrol, llamado Francisco Javier Altuna, fabricó el primer futbolín. Los jugadores eran de madera de boj y la pelota de corcho aglomerado. Fue un éxito. Lo patentó en Barcelona pero perdió los documentos camino del exilio a través de los Pirineos.
Estuvo en Francia, en Ecuador y en Guatemala. Aquí perfecciona su invento con "barras telescópicas de acero sueco y mesa de caoba de Santa María", según puede leerse en la página del Grupo Billarcor, pero le retiran las autoridades su derecho sobre la patente por sus ideas izquierdistas y lo envían en avión a Madrid. No aterriza en la capital de España sino en México porque secuestra el aparato, amenazando al piloto con una bomba, que no es otra cosa que una pastilla de jabón envuelta con papel de aluminio que "fabricó" en el baño.
En México inició su etapa como editor.
El futbolín ha llegado a todos los lugares del planeta. Ahora que tanto se habla de piratería, hay que hacer constar que es uno de los juegos más pirateados.
Sirva este video como homenaje a su inventor.

Felipeángel (c)


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