UN HOMBRE ESPERA VER PASAR EL TREN
Un hombre que espera ver pasar el tren
espera ver pasar la infancia por sus ojos,
la Navidad de hierro y el nublado de bueyes,
el vapor festivo y la ceniza,
el lacre de las horas y el dolor del tiempo en la memoria.
Sobre la atalaya donde el hombre espera
un niño guarda en la mirada piedras,
frío de musgo de algunos nombres,
el trance cotidiano de mirarse
en el orín revuelto de los días
o el grito lastimero que gangrena
el fondo inhumano de las cosas.
Al mirar el paisaje de los trenes que pasan
el hombre es el espejo que se inventa las nubes;
de humo y de verdín el recuerdo lejano;
de nieve y de mimbre el pan de la ausencia.
El hombre que espera ver pasar el tren
tiene la mirada de todos los hombres
que esperan ver pasar todos los trenes
como barco varados en un dedal de tierra,
con sus ojos de hormigón
y su soledad de banco,
con sus horas de cal en los ojales
y su agua de seda en las pupilas.
El hombre que mira cómo pasa el tren
guarda el sueño dormido en un reló de viento
hasta que el tren pasa y el viento muerde
el tiempo silencioso con los dedos.
El hombre que mira pasar el tren
ve dentro la ausencia y siente el abandono;
tras cada ventana de ese tren que pasa
como una serpentina de trigo o de clavos,
hay casas cerradas y muñecas rotas,
rimeros de lágrimas y camas inertes.
Hay hombres que han visto pasar los trenes
como este hombre que ya nada espera,
ni una sonrisa ni un adiós de lobo,
ni el roce nocturno de leves pisadas
ni el goce de verse, de noche, viajando.
Felipeángel (c)
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