Vivimos tiempos oscuros en los que la telebasura mancha el fondo de nuestra conciencia y los periódicos ensucian los dedos de nuestras manos.
A los gurús de la mierda televisiva y a sus incontables adláteres callejeros nos consta que no se les paga mal, pero los que aún tenemos el vicio de leer la prensa cada mañana rogamos, a quien corresponda, que paguen mucho mejor a quienes imprimen los periódicos en sus talleres, no vaya a ser que por una subida de sueldo mal negociada, algunos lectores pasemos de la sección nacional a la de sucesos.
Digo ésto porque aún sigo con la costumbre de ensalivar el dedo cada vez que tengo que pasar una página y, a veces, me viene a la memoria el trágico final de los frailes que protagonizan la novela de Umberco Eco, "El nombre de la rosa".
Lo cierto es que, cada mañana, miles de españoles que acuden a sus trabajos lo hacen con las manos sucias y esta incómoda situación, que iguala a ricos y pobres, nos la crean los periódicos. Ellos y sólo ellos consiguen lo que pocos se hubieran atrevido a pensar: que los Consejos de Administración de este país comiencen con sucios apretones de manos, que la palmadita en el hombro lleve incluída la impresión de las huellas dactilares y que nuestros políticos, al menos los que leen, inauguren sus largas sesiones parlamentarias o de toda índole con las manos tan negras como la de un subsahariano que ignora el abc de nuestras costumbres.
Si aún hay que seguir batallando para que la geométrica grapa vuelva al centro de los periódicos, también hay que concienciar a las empresas editoras para que pongan remedio a esta eclosión de la prensa sucia.
Yo sólo pido guantes; por favor, con cada ejemplar, dennos un par de guantes, que estoy convencido de que sus diarios mantienen muy alto el pabellón de la claridad informativa, pero la tinta, señores, va quedándose irremisiblemente, día a día, página a página, en nuestras manos, como un poso sucio, malsano e inmundo de la modernidad.
Felipeángel (c)
A los gurús de la mierda televisiva y a sus incontables adláteres callejeros nos consta que no se les paga mal, pero los que aún tenemos el vicio de leer la prensa cada mañana rogamos, a quien corresponda, que paguen mucho mejor a quienes imprimen los periódicos en sus talleres, no vaya a ser que por una subida de sueldo mal negociada, algunos lectores pasemos de la sección nacional a la de sucesos.
Digo ésto porque aún sigo con la costumbre de ensalivar el dedo cada vez que tengo que pasar una página y, a veces, me viene a la memoria el trágico final de los frailes que protagonizan la novela de Umberco Eco, "El nombre de la rosa".
Lo cierto es que, cada mañana, miles de españoles que acuden a sus trabajos lo hacen con las manos sucias y esta incómoda situación, que iguala a ricos y pobres, nos la crean los periódicos. Ellos y sólo ellos consiguen lo que pocos se hubieran atrevido a pensar: que los Consejos de Administración de este país comiencen con sucios apretones de manos, que la palmadita en el hombro lleve incluída la impresión de las huellas dactilares y que nuestros políticos, al menos los que leen, inauguren sus largas sesiones parlamentarias o de toda índole con las manos tan negras como la de un subsahariano que ignora el abc de nuestras costumbres.
Si aún hay que seguir batallando para que la geométrica grapa vuelva al centro de los periódicos, también hay que concienciar a las empresas editoras para que pongan remedio a esta eclosión de la prensa sucia.
Yo sólo pido guantes; por favor, con cada ejemplar, dennos un par de guantes, que estoy convencido de que sus diarios mantienen muy alto el pabellón de la claridad informativa, pero la tinta, señores, va quedándose irremisiblemente, día a día, página a página, en nuestras manos, como un poso sucio, malsano e inmundo de la modernidad.
Felipeángel (c)
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