Cuando leo o veo algún reportaje relacionado con la alta cocina me acuerdo de Pepe, un cocinero que conocí hace ya unos cuantos años.
Pepe era un tipo grasiento, como el mandil anudado alrededor de su ancha panza, que acostumbraba a trocear con la uña la tortilla de patatas que daba al personal.
Estuvimos muchos años comiendo tortilla española como quien come un delicioso manjar, hasta que el marmitón de turno nos dijo en qué empleaba Pepe la uña, aparte de rascarse el culo con ella. Algunos, movidos por el asco, optaron por no comerla el día que tocaba en el menú, pero yo, movido por el hambre, prefería zampármela sin más, imaginando el placer que Pepe había puesto al hacerla.
De un modo o de otro, todos amábamos a Pepe y procurábamos ayudarle en pleno apuré, cuando las comandas y las cervezas se acumulaban en la mesa caliente, y, en ese trance, confundía el fillet mignon de la 4 con el solomillo a la pimienta de la 19; o, ya completamente desesperado por su incapacidad o su borrachera, utilizaba como último recurso el lanzamiento de grandes plaqués a los pies de los camareros. Por suerte, a nadie se los dejó planos y, al final de la jornada, todo terminaba olvidándose; pero un día, como a todo cerdo, a Pepe le llegó su San Martín.
Comía y bebía tanto que cada dos por tres tenía que bajar a los servicios, contiguos al garaje del local. Era verlo venir y salir corriendo, porque Pepe, aparte de sus increíbles aptitudes para partir la tortilla de personal con la larga uña del dedo meñique, era un fenómeno en el arte de mal cagar. Iba tan indispuesto y raudo en tan delicado trance que lo suyo rozaba el ámbito de un orgía anal, llena de ruidos, muchos ruidos, y olores, muchos y muy malos olores.
Un buen día, a Pepe le entraron las ganas de mear, y meó, pero lo hizo en el cuarto frío, encima de las carnes. Tuvo la mala suerte de que lo vio uno de esos camareros a los que alimentaba con la tortilla de patatas que solía cortar con la uña. El camarero se lo dijo a la dirección de la empresa y la dirección de la empresa lo despidió.
Imagino que ahora todo será distinto, pero cuando veo a todos esos cocineros de alto standing elaborar sus delicatessen culinarias con los dedos, me pregunto qué es más higiénico: comerse un buen cocido, como el que preparan los maestros de la cocina tradicional, o degustar esos platos en que cada trozo se ha colocado delicadamente a mano, como si fueran las figuras de un Belén, para que la presentación nos emocione, el olor nos transporte y el sabor nos confunda.
Que nos responda Pepe.
Felipeángel (c)
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