Es curioso lo actuales que pueden llegar a ser unos versos escritos hace más de siglo y medio.
EL VESTIR CONTRA EL COMER
Romance
Cante Villergas si quiere
de las patatas la prez
y elogie Ayguals las judías
si le parece también.
Yo por mi parte no tengo
pizca ni media que ver
con cuestiones de esa especie
que me atarugan la nuez.
Aficionado a vestir,
si puedo como un marqués,
maldito lo que me importa
comer mal o comer bien.
Gentes hay en esta corte
con más boato que un rey,
y no tienen en su casa
ni aun patatas que comer.
Alguno conozco yo
que lleva coche y bombé,
y si come sus judías
las debe en el almacén.
¿A qué, pues, esos elogios
a las hijas de Israel,
o al celebrado tubérculo
de Robinson Crusoé.
Lo primero es ataviar
exteriormente la piel,
que hacerlo por dentro es cosa
que ni luce, ni se ve.
Vaya usted con frac raído,
y verá usted el papel
que representa en el mundo,
aunque engulla como diez.
Vaya usted, si dio en ser calvo,
sin peluca o bisoñé,
y veremos, aunque coma,
el pelo que luce usted.
Vaya usted al Prado, en fin,
como Adán en el Edén,
y allá veremos o no
si le echan a puntapiés.
Por todas estas razones
y otras que después diré,
extraño que dé LA RISA
tanta importancia al comer.
!La comida! Linda gracia
que la sarna sabe hacer
tanto o mejor que nosotros,
y no se envanece a fé.
Estoy, pues, por el vestir,
por ser lo solo a mi ver
que da importancia a los hombres,
coman carne o coman pez.
Cuando nuestro padre Adán
del jardín echado fue,
(desgracia que, entre paréntesis,
por glotón le estuvo bien),
lo primerito que hizo
fue tapar su desnudez,
arreglandose un mandil
que no había más que ver.
Tan antiguo es el deseo
de la decencia, pardiez!
y eso que hablaba al que todo
por dentro y fuera lo ve.
¿Que no hubiera dado el padre
que hoy me obliga a componer,
por tener un frac entonces
para hacer pantalla de él?
¿Y que no diera la madre
que el fruto le hizo morder
por ver colgar de la higuera
una saya y un corsé?
Decida pues, el lector
si entre engullirse un pastel
o ir con las nalgas al aire,
dudoso el partido es.
La vestimenta da al hombre
lo que no le da el bistec,
que es talento o necedad,
y vicio o virtud también.
Doctores conozco yo
que a no verlos en dos pies
con capirote y con borla,
les diera cuatro y aun seis.
A andar en cueros la gente,
¿quién distinguiría a quién
en materia de mandar
o en hecho de obedecer?
Pero llamemos un sastre
y vereis, gracias a él,
la diferencia que media
del ranchero al brigadier.
!Cuántos generales hay
sin más credencial de ley
que aquella faja que dice:
!Soy general: ya lo veis!
Por el vestido parece
santa de cabeza a pies
la que de tocas adentro
es el mismo Lucifer.
Por el vestido es ministro
algún abedul tal vez,
haciendo de él la tijera
lo que el rey no supo hacer.
¿Pues qué diré a mis lectores
de la licencia cruel
que hasta para hacer el mal
da a la gente el vestir bien?
Pisen ustedes a alguno
con zapato de rusel,
y al decir, usted perdone,
responderá: no hay de qué.
!Mas ay si sienta la pata
pastor con abarca al pie!
¿Habrá animal? dirán todos:
¿Habrá pezuñas de buey?
Si Juanillo está en Orán
y no le acompaña Andrés
todo el quid consiste en que éste
robó con frac, y no aquel.
¿Y por qué razón, sinó,
al interrogarle el juez
hablaba al uno de tú,
mientras al otro de usted?
Tanto puede ya en su mente
del vestido el oropel,
que sólo al mirar chaqueta,
diece entre sí, bribón es.
¿Y con esa prevención
qué había de suceder?
Ir Andresillo a pasear
y Juan a Ceuta o a Fez.
Por eso encargo al lector,
cuando en largo de uñas dé,
que si pueden ser de seda,
no lleve guantes de piel.
Mas no tan sólo es mi flaco
pensar así, sino que
aun los animales son
de idéntico parecer.
Y sino ¿por qué los perros
callan al que lindo ven?
y al mirar un andrajoso
gruñen a más no poder?
¿Por qué razón el caballo
está lleno de altivez
con su gallardo atavío,
y mustio y trsite sin él?
Vean ustedes ahora
si el vestir merece prez,
cuanso así le rinde parias
aun la cuadrúpeda grey.
Pero el romance va largo
y es hora ya de comer
y ustedes que son tragones
estarán de comité.
Coman, pues, enhorabuena
hasta que se acabe el mes,
que yo me voy a vestir
para marchar al suaré.
Y mientras ustedes hacen
obsequios al almirez,
sin saber si el cocinero
fue en la sala hombre de bien;
yo me pondré la camisa,
encajándome después
un camisolín encima
por razones que yo sé.
La corbata, que en verdad
aun la debo al mercader,
lucirá con el chaleco,
aunque lo debo también.
Luego vendrá el pantalón
con su botín y su aquel,
y ese aquel quiere decir
que se comienza a romper.
El levita, obra de Utrilla,
es patrimonio de tres,
y como tal, esta noche
me toca lucir con él.
El sombrero y el bastón,
botas, reloj y alfiler,
ya no me acuerdo en verdad
si son de Juan o de quién.
Mas lo que no tiene duda
es que, muerto mi corcel,
aunque no tenga caballo
espuelas me he de poner.
Nada diré de mi pelo,
invención mía también,
y que deja atrás a Pitt
y al mismo Roberto Peel.
¿Pero a qué cansar a ustedes
con tan larga pesadez?
Si quieren verme ahí me tienen,
con que abur y hasta más ver.
MIGUEL AGUSTÍN PRÍNCIPE
(LA RISA- Nº 5-30/abril/1843)
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