Desde hace un tiempo ya no se puede entrar en la Casa de América por la puerta del jardín sino que hay que hacerlo por una calle lateral, frente por frente de la vivienda donde vivió Antonio Díaz Cañabate, y ese mínimo cambio es como si nos hubieran prohibido atravesar la mar océana de la flora americana para meternos, de rondón, en los países latinos, por la puerta de atrás.
Hoy he levantado la cortina y he visto las nubes de Bogotá, sus gentes, sus modos de vida, sus edificios y cementerios; y lo he hecho casi a solas, acompasando los pasos con el leve crujido de la tarima flotante, igual al pecho de un niño enfermo al que le cuesta respirar.
Estas fotos de Ricky y estos poemas de Dufay dan la impresión de que también les cuesta respirar. Es como si tuvieran dentro una desesperada y densa niebla, que tiñe las fotos y los versos de miseria y melancolia, de soledad y abandono; una niebla que humedece los ojos y agrieta los labios, urbana y sutil, que no da ni un solo respiro al espectador ni una pequeña tregua a la realidad. Más que hablar, nos gritan, y el grito se superpone a nuestros pasos, no desaparece sino que se queda en la madera del suelo de la sala de exposiciones para que otros espectadores los oigan, para que otros ciudadanos griten acá lo que ya no sabemos si alguien aún los puede gritar allá.
Felipeángel (c)
Hoy he levantado la cortina y he visto las nubes de Bogotá, sus gentes, sus modos de vida, sus edificios y cementerios; y lo he hecho casi a solas, acompasando los pasos con el leve crujido de la tarima flotante, igual al pecho de un niño enfermo al que le cuesta respirar.
Estas fotos de Ricky y estos poemas de Dufay dan la impresión de que también les cuesta respirar. Es como si tuvieran dentro una desesperada y densa niebla, que tiñe las fotos y los versos de miseria y melancolia, de soledad y abandono; una niebla que humedece los ojos y agrieta los labios, urbana y sutil, que no da ni un solo respiro al espectador ni una pequeña tregua a la realidad. Más que hablar, nos gritan, y el grito se superpone a nuestros pasos, no desaparece sino que se queda en la madera del suelo de la sala de exposiciones para que otros espectadores los oigan, para que otros ciudadanos griten acá lo que ya no sabemos si alguien aún los puede gritar allá.
Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
Dufay Bustamante
Foto: Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
En este vídeo Ricky Dávila nos explica algunos detalles de esta exposición:
Parece una exposición muy interesantes. Tendré que verla.
ResponderEliminarLuz