jueves, marzo 18, 2010

MUSEO NACIONAL DEL MAL GUSTO


Uno busca libros como quien busca trufas con un cerdo; sabe los parajes en donde hay que mirar, el tiempo que conviene, la estación apropiada y, sin embargo, la mayoría de las veces se vuelve a casa de vacío, con la amarga sensación de que otro se le ha adelantado o que, sencillamente, los libros viejos y las trufas caras tienden a desaparecer.
No obstante, a veces se acierta y, en la busca paciente por los puestos de los huraños libreros, se encuentra un pequeño tesoro por un precio ridículo, una gema literaria que es como la bola de la bruja que nos permite contemplar el futuro con los hechos del pasado.
Es el caso de este pequeño libro de Francisco Umbral, titulado "Museo Nacional del Mal Gusto", que publicó Plaza y Janés en 1976, aunque en todas las bibliografías consultadas se dice que es del año 1974. Por el tono de los artículos de este interesante ensayo es probable que esté más cerca de este año que del otro, habida cuenta de que no deja de ser una recopilación de textos publicados, al final de la Dictadura, en los periódicos provinciales abonados al servicio de la Agencia COLPISA, de Manu Leguineche.
Si nos fijamos en la relación bibliográfica a la que antes hemos aludido veremos que el "Museo Nacional del Mal Gusto" es el número veintidós; son bastantes pero no demasiados si pensamos que Umbral publicó, en vida, 101 libros como 101 dálmatas de variado carácter y condición.
Es evidente que ya entonces apuntaba maneras pero aun no se había convertido en el señorito de izquierdas que iba a comprar el pan con la bufanda blanca arropándole el gañote, ni él era el dolorido padre capaz de llorar y escribir sobre un folio mortal y rosa, ni siquiera el señor de la dacha de Majadahonda que arrojaba malos libros a la piscina y destripaba literariamente cadáveres exquisitos. Era sólo un periodista abriéndose hueco, con su máquina Olivetti y su dandismo de poleo menta y voz impostada, entre la selva de los periódicos viejos del Régimen y las revistas con vocación democrática, pero su análisis de la realidad con el bisturí de su afilada palabra es único, imaginativo, genial.
En este museo atípico hay cincuenta y tres cosas que no le gustan a Francisco Umbral, cincuenta y tres puntos negros en esta exacta y nítida radiografía de la España de entonces, cincuenta y tres dedos en el ojo de la nación para que viera mejor en tiempos sucesivos.
Así, le resultan de mal gusto las bolsas de agua caliente, el bigotillo, los zapatos de rejilla, el bisoñé, el neomudéjar, los juegos florales, la brillantina, los billetes de banco, las visitas, el macho ibérico, las enciclopedias, los apodos, etc, cosas y costumbres que, afortunadamente, han desaparecido en su mayoría de nuestro sufrido país, pero incorpora otras que no lo han hecho, lo que nos lleva a pensar hasta qué punto es cierto que hemos cambiado tanto en estos treinta y pico largos años de democracia.
Yo creo que no, que el mal gusto sigue presente en nuestra sociedad como lo estaba en la de nuestros padres; que aún vemos al ejecutivo de linaje obrero con el palillo en la boca; que los chistes siguen quemándose en la parrilla televisiva; que las imitaciones y los imitadores, los reales y los falsos, están a la orden del día, en la vida política y en el espectáculo cómico; que el Diario de Patricia, u otros programas televisivos similares, son de tan mal gusto como el consultorio sentimental de Elena Francis, -incluso, peores-; o, en fin, que los eufemismos siguen siendo el maquillaje lingüistico de los políticos actuales como lo fueron, anteriormente, de los falangistas y los tecnócratas del franquismo.
Si hoy hubiera que hacer un nuevo Museo no nos faltarían candidatos a formar parte de sus vitrinas, porque a ese mal gusto, rancio y pegajoso, como el moco de un diputado, se le han añadido otros que están a medio camino entre lo hortera, lo siniestro y la mala educación.
Para mi son de mal gusto el politonto de los politonos, la telebasura, la música a tope mientras se va conduciendo, comer palomitas de maíz en el cine, las promociones de los periódicos deportivos, que adornan tu vida con tazas del Atleti y tus huevos con calzoncillos del Madrid, las primaveras, veranos, otoños e inviernos en el Corte Inglés cuando ninguna de estas estaciones del año han empezado, y, sobre todo, es de muy mal gusto y debiera estar encerrado con cuatro llaves en este museo de la caspa nacional, la mentira. Como diría Francisco Umbral, a la verdad, los eternos eufemistas le llaman demagogia.

Felipeángel (c)

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