No estamos ante una densa novela cubana sino ante un largo folletín valenciano.
Pasan los días pero uno tiene la impresión de que aun tiene que pasar más tiempo antes de ver si los tres tristes trajes de Camps se convierten, o no, en los tres tristes tigres que pueden echarle de la Presidencia de la Generalitat Valenciana, e incluso de la arena política.
Pasan los días y cada día que pasa el folletín tiene más visos de espectáculo circense que de tragedia grecorromana, y como tal hay que escribir la crónica: echando mano del látigo del domador, la chistera del mago y las dotes del equilibrista.
Visto desde las gradas, al pueblo , es decir, a nosotros, no le queda sino aplaudir o patalear, inmerso en la retórica de la admiración o convencido del castigo del voto, pero al pueblo, vuelvo a insistir, a nosotros, a muchos de nosotros, a casi todos los que no tenemos influencia alguna, no nos van regalando trajes, ni reformas en el pisito, ni vacaciones en las islas del Caribe; a nosotros no nos regalan nada porque sabemos que quien regala bien vende, pero no se nos escapa que, ante quien podría regalarnos algo, no somos medradores, ni muñidores, ni tenemos capacidad de mando o decisión.
Aquí son muchos los que intentan tirar del hilo de los trajes a ver si dejan al presidente en cueros vivos, pero el hilo no para de romperse, o es , en realidad, un hilo de una tela invisible, como en el cuento del traje nuevo del Emperador. Mientras una buena parte de la prensa nos dice que veamos lo que aun no vemos, la Justicia intenta demostrar que ve lo que aun no ve; sin embargo, todo se complica un poco más, porque, después de meses y meses negando la mayor, sin presentar las pruebas de su supuesta compra, el mago valenciano nos anuncia el más difícil todavía, un ejercicio circense en el que, por arte de birlibirloque, terminará sacando facturas de la chistera.
Si regalar es delito, mal negocio para los grandes almacenes, porque son inumerables las noticias acumuladas durante estos años en las que nos cuentan los regalos puntuales que han venido recibiendo sus señorías nacionales y autonómicas en fiestas señaladas, o la costumbre de regalar un pequeño obsequio a los periodistas que cubren las sesiones parlamentarias, o la muy vieja práctica de las empresas de enviar cestas navideñas a sus distinguidos clientes. ¿Habría que pensar que con ello se pretende coartar el sentido del voto de sus señorías, o inclinar a determinados periodistas a escribir de una manera determinada, o influir en que los clientes distinguidos hagan mejores y más provechosos pedidos? No, no habría que pensarlo, pero es posible que en muchas personas exista la tentación de mejorar su carrera política, o periodística, o empresarial haciendo o recibiendo regalos, sin que, por ello, estén cometiendo un delito.
Los tres tristes trajes de Camps van perdiendo las rayas como tres tristes tigres cubanos a la puertas de la libertad, y hay que ser un buen equilibrista para mantenerse suspendido en lo alto sin que una ráfaga de aire o la espada de la ciega justicia te haga perder pie; hay que ser muy buen mago para sacar de la chistera la solución definitiva que cambie o relance su carrera política; hay que ser, en fin, un buen domador para que los tres tristes trajes no terminen devorándolo como tres tristes tigres fuera de control.
Felipeángel (c)
Pasan los días pero uno tiene la impresión de que aun tiene que pasar más tiempo antes de ver si los tres tristes trajes de Camps se convierten, o no, en los tres tristes tigres que pueden echarle de la Presidencia de la Generalitat Valenciana, e incluso de la arena política.
Pasan los días y cada día que pasa el folletín tiene más visos de espectáculo circense que de tragedia grecorromana, y como tal hay que escribir la crónica: echando mano del látigo del domador, la chistera del mago y las dotes del equilibrista.
Visto desde las gradas, al pueblo , es decir, a nosotros, no le queda sino aplaudir o patalear, inmerso en la retórica de la admiración o convencido del castigo del voto, pero al pueblo, vuelvo a insistir, a nosotros, a muchos de nosotros, a casi todos los que no tenemos influencia alguna, no nos van regalando trajes, ni reformas en el pisito, ni vacaciones en las islas del Caribe; a nosotros no nos regalan nada porque sabemos que quien regala bien vende, pero no se nos escapa que, ante quien podría regalarnos algo, no somos medradores, ni muñidores, ni tenemos capacidad de mando o decisión.
Aquí son muchos los que intentan tirar del hilo de los trajes a ver si dejan al presidente en cueros vivos, pero el hilo no para de romperse, o es , en realidad, un hilo de una tela invisible, como en el cuento del traje nuevo del Emperador. Mientras una buena parte de la prensa nos dice que veamos lo que aun no vemos, la Justicia intenta demostrar que ve lo que aun no ve; sin embargo, todo se complica un poco más, porque, después de meses y meses negando la mayor, sin presentar las pruebas de su supuesta compra, el mago valenciano nos anuncia el más difícil todavía, un ejercicio circense en el que, por arte de birlibirloque, terminará sacando facturas de la chistera.
Si regalar es delito, mal negocio para los grandes almacenes, porque son inumerables las noticias acumuladas durante estos años en las que nos cuentan los regalos puntuales que han venido recibiendo sus señorías nacionales y autonómicas en fiestas señaladas, o la costumbre de regalar un pequeño obsequio a los periodistas que cubren las sesiones parlamentarias, o la muy vieja práctica de las empresas de enviar cestas navideñas a sus distinguidos clientes. ¿Habría que pensar que con ello se pretende coartar el sentido del voto de sus señorías, o inclinar a determinados periodistas a escribir de una manera determinada, o influir en que los clientes distinguidos hagan mejores y más provechosos pedidos? No, no habría que pensarlo, pero es posible que en muchas personas exista la tentación de mejorar su carrera política, o periodística, o empresarial haciendo o recibiendo regalos, sin que, por ello, estén cometiendo un delito.
Los tres tristes trajes de Camps van perdiendo las rayas como tres tristes tigres cubanos a la puertas de la libertad, y hay que ser un buen equilibrista para mantenerse suspendido en lo alto sin que una ráfaga de aire o la espada de la ciega justicia te haga perder pie; hay que ser muy buen mago para sacar de la chistera la solución definitiva que cambie o relance su carrera política; hay que ser, en fin, un buen domador para que los tres tristes trajes no terminen devorándolo como tres tristes tigres fuera de control.
Felipeángel (c)
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