Habría que empezar de cero; tendríamos que desenterrar a todos los muertos, los de uno y otro bando, y meter en la cárcel a todos los que sumieron al país en el caos y la guerra hace más de setenta años.
Aquí no existe memoria histórica; aquí se pretende hacer valer una memoria sobre otra, unos muertos sobre otros, y eso no es, porque si alguien perdió en aquel tiempo de ignominia, locura y desolación, fue la gran mayoría del pueblo que no estaba ni con unos ni con otros, ni con los que querían la dictadura del proletariado ni con los que anhelaban una dictadura fascista, pero se vieron obligados a estar, muy a su pesar, con unos y con otros, con los que querían imponer a tiro limpio la revolución y con los que querían imponer por medio de la cruz y las armas un nuevo orden nacionalsocialista.
Si son execrables los crímenes del franquismo no lo son menos los de la Segunda República, que fueron capaces de enviar al frente a miles de críos mientras sus inútiles gerifaltes preparaban su huida de España; que no supieron imponer el orden entre los componentes de sus numerosas milicias; que no sólo no sentaron las bases de una sociedad mejor y más justa sino que dejaron en el camino a un gran número de intelectuales, hartos de ver que aquello por lo que habían luchado en tiempos de la monarquía alfonsina "no era eso, no era eso".
¿Cuántas personas estaban afiliadas, en aquellos años, a los partidos políticos y a los sindicatos?
¿Cuántos militaban activamente? Por muchos que fueran no eran el conjunto de los españoles que, en su gran mayoría, como hoy, ni estaban para revoluciones ni, mucho menos, para guerras.
Si de lo que se trata es de asumir responsabilidades, que las asuman todos aquellos que, por una causa o por otra, llevaron al país al enfrentamiento armado, llámense fascistas, comunistas, socialistas, anarquistas, troskistas o lo que sea, porque tan asesino fue el que mató levantando el brazo como el que lo hizo levantando el puño.
Probablemente en la Transición no se hicieron las cosas lo mejor que nos hubiera gustado a un buen número de españoles, y de muchas de ellas estamos pagando hoy las consecuencias, pero fue indudable el espíritu de concordia de todas las fuerzas políticas de aquellos años. La España de hoy, pese a quien pese, no es la España de la Transición ni mucho menos la España de la Segunda República y, sin embargo, se sigue insistiendo, de un tiempo a esta parte, en el uso de un lenguaje guerracivilista que no me gusta nada.
Quienes con mala conciencia y a sabiendas agitan y enmierdan el panorama actual con historias del pasado, queriendo sacar un rédito político de ello, en nada contribuyen a cerrar las heridas que nunca debieron producirse, pero que se produjeron, por culpa de unos irresponsables que un día tuvieron en sus manos el futuro de un país, y lo echaron a perder.
Felipeángel (c)
Aquí no existe memoria histórica; aquí se pretende hacer valer una memoria sobre otra, unos muertos sobre otros, y eso no es, porque si alguien perdió en aquel tiempo de ignominia, locura y desolación, fue la gran mayoría del pueblo que no estaba ni con unos ni con otros, ni con los que querían la dictadura del proletariado ni con los que anhelaban una dictadura fascista, pero se vieron obligados a estar, muy a su pesar, con unos y con otros, con los que querían imponer a tiro limpio la revolución y con los que querían imponer por medio de la cruz y las armas un nuevo orden nacionalsocialista.
Si son execrables los crímenes del franquismo no lo son menos los de la Segunda República, que fueron capaces de enviar al frente a miles de críos mientras sus inútiles gerifaltes preparaban su huida de España; que no supieron imponer el orden entre los componentes de sus numerosas milicias; que no sólo no sentaron las bases de una sociedad mejor y más justa sino que dejaron en el camino a un gran número de intelectuales, hartos de ver que aquello por lo que habían luchado en tiempos de la monarquía alfonsina "no era eso, no era eso".
¿Cuántas personas estaban afiliadas, en aquellos años, a los partidos políticos y a los sindicatos?
¿Cuántos militaban activamente? Por muchos que fueran no eran el conjunto de los españoles que, en su gran mayoría, como hoy, ni estaban para revoluciones ni, mucho menos, para guerras.
Si de lo que se trata es de asumir responsabilidades, que las asuman todos aquellos que, por una causa o por otra, llevaron al país al enfrentamiento armado, llámense fascistas, comunistas, socialistas, anarquistas, troskistas o lo que sea, porque tan asesino fue el que mató levantando el brazo como el que lo hizo levantando el puño.
Probablemente en la Transición no se hicieron las cosas lo mejor que nos hubiera gustado a un buen número de españoles, y de muchas de ellas estamos pagando hoy las consecuencias, pero fue indudable el espíritu de concordia de todas las fuerzas políticas de aquellos años. La España de hoy, pese a quien pese, no es la España de la Transición ni mucho menos la España de la Segunda República y, sin embargo, se sigue insistiendo, de un tiempo a esta parte, en el uso de un lenguaje guerracivilista que no me gusta nada.
Quienes con mala conciencia y a sabiendas agitan y enmierdan el panorama actual con historias del pasado, queriendo sacar un rédito político de ello, en nada contribuyen a cerrar las heridas que nunca debieron producirse, pero que se produjeron, por culpa de unos irresponsables que un día tuvieron en sus manos el futuro de un país, y lo echaron a perder.
Felipeángel (c)
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