Fotomontaje: Raquel (c)
Ahora que el Ministerio de Igualdad ha sido relegado al cuarto de las escobas del Ministerio de Sanidad y Consumo es cuando me apetece hablar del sexismo en algunas campañas publicitarias.
Quien haya tenido la santa paciencia de seguir este blog se habrá dado cuenta de que la mayoría de anuncios publicitarios que he ido poniendo tienen una clara tendencia sexista, según los cánones de valoración que imperan en la actualidad, incluidos los de la marca Axe, que mereció un sesudo estudio del Instituto de la Mujer el verano pasado.
Probablemente tengan parte de razón y resulte abusivo el uso que hacen algunas marcas de la imagen femenina para vender sus productos pero, a estas alturas, es difícil que alguien crea que la utilización de un determinado desodorante va a ponerle a las mujeres, o a los hombres -no discriminemos- a sus pies, o que la compra de un coche lleva de regalo una preciosa rubia, callada y sensual, o, en fin, que la compra de unas zapatillas va a ser la solución para tener unas nalgas redondas y sugerentes.
Lo que yo admiro en los anuncios, a parte de su calidad artística, es su belleza, la pompa de jabón, junto con el sexo, más sobrevalorada de la sociedad actual.
Ya sé que la belleza es un concepto subjetivo, y si no que se lo pregunten a Picasso, que veía una mujer hermosa y joven como Jacqueline, y nos devolvía otra muy distinta, cercana al adefesio, en sus retratos; sin embargo no dejo de preguntarme si esas espléndidas mujeres y esos magníficos hombres que nos muestra la publicidad son suficientemente representativos de las sociedades actuales. Yo creo que no, que representan una mínima parte de ella; no hay más que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que la mayoría de las personas que nos rodean ni es tan guapa, ni tan alta, ni tan proporcionada como esos arquetipos publicitarios, pero todos tienen, tenemos, parecidas necesidades y es a todos nosotros, y no sólo a esa minoría, a quienes van dirigidas esas innumerables cantidades de productos, y somos nosotros, y no sólo ellos, quienes los compramos y los consumimos.
Es aquí donde yo veo el sexismo real; sexismo contra la mujer y contra el hombre en los anuncios dirigidos a ellas y a ellos; sexismo por utilizar mujeres y hombres que no representan a la ciudadana y al ciudadano medio; sexismo por dar una falsa realidad de lo que nos rodea; sexismo por falsear las tallas, sexismo por hacernos creer que todos seremos jóvenes eternamente; sexismo por fijar un modelo irreal de hombres y mujeres, en el que no caben los gordos ni las gordas, los feos ni las feas, los calvos , las arrugadas, los enfermos ni las enfermas, los solitarios, los pobres, y así hasta el infinito y más allá.
A mí me gustaría ver a personas normales comprando compresas en el supermercado y no a Patricia Conde haciendo que se mete un tampón por sus partes; o a gente normal y corriente presentando la Campaña de Navidades de El Corte Inglés, o a ciudadanos sin ningún glamour bebiendo Freixenet en el último anuncio del año. Eso sí sería regenerar la publicidad y sus mensajes, y a ello debería ponerse manos a la obra ese departamento del Ministerio de Sanidad y Consumo que busca igualarnos a todos aunque todos no seamos, obviamente, iguales.
Felipeángel (c)
Ahora que el Ministerio de Igualdad ha sido relegado al cuarto de las escobas del Ministerio de Sanidad y Consumo es cuando me apetece hablar del sexismo en algunas campañas publicitarias.
Quien haya tenido la santa paciencia de seguir este blog se habrá dado cuenta de que la mayoría de anuncios publicitarios que he ido poniendo tienen una clara tendencia sexista, según los cánones de valoración que imperan en la actualidad, incluidos los de la marca Axe, que mereció un sesudo estudio del Instituto de la Mujer el verano pasado.
Probablemente tengan parte de razón y resulte abusivo el uso que hacen algunas marcas de la imagen femenina para vender sus productos pero, a estas alturas, es difícil que alguien crea que la utilización de un determinado desodorante va a ponerle a las mujeres, o a los hombres -no discriminemos- a sus pies, o que la compra de un coche lleva de regalo una preciosa rubia, callada y sensual, o, en fin, que la compra de unas zapatillas va a ser la solución para tener unas nalgas redondas y sugerentes.
Lo que yo admiro en los anuncios, a parte de su calidad artística, es su belleza, la pompa de jabón, junto con el sexo, más sobrevalorada de la sociedad actual.
Ya sé que la belleza es un concepto subjetivo, y si no que se lo pregunten a Picasso, que veía una mujer hermosa y joven como Jacqueline, y nos devolvía otra muy distinta, cercana al adefesio, en sus retratos; sin embargo no dejo de preguntarme si esas espléndidas mujeres y esos magníficos hombres que nos muestra la publicidad son suficientemente representativos de las sociedades actuales. Yo creo que no, que representan una mínima parte de ella; no hay más que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que la mayoría de las personas que nos rodean ni es tan guapa, ni tan alta, ni tan proporcionada como esos arquetipos publicitarios, pero todos tienen, tenemos, parecidas necesidades y es a todos nosotros, y no sólo a esa minoría, a quienes van dirigidas esas innumerables cantidades de productos, y somos nosotros, y no sólo ellos, quienes los compramos y los consumimos.
Es aquí donde yo veo el sexismo real; sexismo contra la mujer y contra el hombre en los anuncios dirigidos a ellas y a ellos; sexismo por utilizar mujeres y hombres que no representan a la ciudadana y al ciudadano medio; sexismo por dar una falsa realidad de lo que nos rodea; sexismo por falsear las tallas, sexismo por hacernos creer que todos seremos jóvenes eternamente; sexismo por fijar un modelo irreal de hombres y mujeres, en el que no caben los gordos ni las gordas, los feos ni las feas, los calvos , las arrugadas, los enfermos ni las enfermas, los solitarios, los pobres, y así hasta el infinito y más allá.
A mí me gustaría ver a personas normales comprando compresas en el supermercado y no a Patricia Conde haciendo que se mete un tampón por sus partes; o a gente normal y corriente presentando la Campaña de Navidades de El Corte Inglés, o a ciudadanos sin ningún glamour bebiendo Freixenet en el último anuncio del año. Eso sí sería regenerar la publicidad y sus mensajes, y a ello debería ponerse manos a la obra ese departamento del Ministerio de Sanidad y Consumo que busca igualarnos a todos aunque todos no seamos, obviamente, iguales.
Felipeángel (c)
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