Esta semana hemos asistido por televisión a dos acontecimientos que, por sí solos, merecen estar en la Historia Universal de la Infamia; me refiero a la ignominiosa política de represión del gobierno marroquí contra los ciudadanos saharauis, y a la manifestación de protesta de los empresarios de la hostelería contra la nueva Ley Antitabaco que sigue su trámite parlamentario en el Senado.
Unos están matando gente ante la pasividad internacional y otros quieren seguir teniendo licencia para matar ante la pasividad de la sociedad; unos tienen de rehén al pueblo saharaui y los otros, a los camareros; unos y otros pretenden negociar y, para ello, unos amenazan con seguir fomentando el apagón informativo y los otros, con enviar a sus trabajadores a la cola del paro.
No hay que dejar que se salgan con la suya ni a unos ni a otros; ni al gobierno marroquí, que no tiene ningún derecho histórico sobre el Sahara Occidental, ni a los empresarios de la hostelería, que no tienen ningún derecho a poner en riesgo la salud de sus trabajadores.
Habrá quien quiera dar la vida por su patria pero no creo que ningún empleado de la hostelería la quiera dar por su jefe; tal proceder no se le exige a nadie en ningún sector y, si así fuera, si la patronal de cualquier otra rama laboral, planteara tal cosa en la negociación de los numerosos convenios colectivos que existen en este país, cualquier sindicalista decente lo consideraría inaceptable. Hasta ahora no le hemos oído ni una sola palabra de repulsa a ningún sindicalista de las diversas federaciones hosteleras, ni mucho menos a los líderes de las dos grandes centrales sindicales. Me parece mal y espero que lo enmienden.
Comparto la opinión de aquellos empresarios que se vieron obligados a poner en sus locales espacios cerrados para fumadores, y deseo que el Gobierno les compense económicamente si la Ley Antitabaco termina aprobándose en los términos que muchos esperamos, pero me parece inaceptable que se recurra al chantaje del despido para seguir manteniendo sus negocios. Ellos seguirán si son capaces de adaptarse a los nuevos tiempos; no tienen por qué perder clientes, salvo aquellos a los que sus malos hábitos les lleva a despreciar la vida humana.
No se puede fumar en los bancos, y las personas siguen utilizando sus servicios; no se puede fumar en los mercados y los ciudadanos siguen comprando la fruta, la carne, el pescado como si tal cosa; no se puede fumar en las gasolineras, y los conductores siguen echando gasolina; no se puede fumar en las bibliotecas, y los estudiantes siguen yendo a estudiar en ellas; no se puede fumar en las peluquerías, en las oficinas de las empresas privadas y de la Administración Pública, en los Centros Comerciales, en el Metro, en los autobuses de la EMT, en los hospitales, en los tanatorios, en miles de sitios de toda índole y condición, y las personas, los ciudadanos, el público en general acuden a utilizar sus servicios, hacen sus gestiones, o disfrutan de su tiempo de ocio, y no oímos a ningún empresario de estos sectores y empresas varias amenazar al Gobierno porque la prohibición de fumar supone un riesgo para sus negocios.
Decía Francisco Candel que ser obrero no es ninguna ganga; ser camarero, tampoco; a un camarero se le exige mucho y se le paga poco; debe saber de cuentas, ser amable, psicólogo, atento, educado, que sepa defenderse al menos en inglés, dominar el oficio, ser rápido, eficaz y profesional, tantas cosas que, si lo pensamos detenidamente, no se le piden en el desempeño de su cargo ni al Presidente del Gobierno.
Ahora que, por fin, se le ve, que ya no es ese ser invisible al que se le puede insultar, o echar el humo, o ningunear por cualquier cliente de mierda que piensa que tiene derecho a ello porque paga, salen los empresarios de la hostelería y ponen sus puestos de trabajo sobre la mesa porque una ley pretende proteger su salud y la de los consumidores que no fuman en locales libres de humos.
Esa aptitud, como la de Marruecos, sólo tiene un nombre: Fascista.
Felipeángel (c)
Unos están matando gente ante la pasividad internacional y otros quieren seguir teniendo licencia para matar ante la pasividad de la sociedad; unos tienen de rehén al pueblo saharaui y los otros, a los camareros; unos y otros pretenden negociar y, para ello, unos amenazan con seguir fomentando el apagón informativo y los otros, con enviar a sus trabajadores a la cola del paro.
No hay que dejar que se salgan con la suya ni a unos ni a otros; ni al gobierno marroquí, que no tiene ningún derecho histórico sobre el Sahara Occidental, ni a los empresarios de la hostelería, que no tienen ningún derecho a poner en riesgo la salud de sus trabajadores.
Habrá quien quiera dar la vida por su patria pero no creo que ningún empleado de la hostelería la quiera dar por su jefe; tal proceder no se le exige a nadie en ningún sector y, si así fuera, si la patronal de cualquier otra rama laboral, planteara tal cosa en la negociación de los numerosos convenios colectivos que existen en este país, cualquier sindicalista decente lo consideraría inaceptable. Hasta ahora no le hemos oído ni una sola palabra de repulsa a ningún sindicalista de las diversas federaciones hosteleras, ni mucho menos a los líderes de las dos grandes centrales sindicales. Me parece mal y espero que lo enmienden.
Comparto la opinión de aquellos empresarios que se vieron obligados a poner en sus locales espacios cerrados para fumadores, y deseo que el Gobierno les compense económicamente si la Ley Antitabaco termina aprobándose en los términos que muchos esperamos, pero me parece inaceptable que se recurra al chantaje del despido para seguir manteniendo sus negocios. Ellos seguirán si son capaces de adaptarse a los nuevos tiempos; no tienen por qué perder clientes, salvo aquellos a los que sus malos hábitos les lleva a despreciar la vida humana.
No se puede fumar en los bancos, y las personas siguen utilizando sus servicios; no se puede fumar en los mercados y los ciudadanos siguen comprando la fruta, la carne, el pescado como si tal cosa; no se puede fumar en las gasolineras, y los conductores siguen echando gasolina; no se puede fumar en las bibliotecas, y los estudiantes siguen yendo a estudiar en ellas; no se puede fumar en las peluquerías, en las oficinas de las empresas privadas y de la Administración Pública, en los Centros Comerciales, en el Metro, en los autobuses de la EMT, en los hospitales, en los tanatorios, en miles de sitios de toda índole y condición, y las personas, los ciudadanos, el público en general acuden a utilizar sus servicios, hacen sus gestiones, o disfrutan de su tiempo de ocio, y no oímos a ningún empresario de estos sectores y empresas varias amenazar al Gobierno porque la prohibición de fumar supone un riesgo para sus negocios.
Decía Francisco Candel que ser obrero no es ninguna ganga; ser camarero, tampoco; a un camarero se le exige mucho y se le paga poco; debe saber de cuentas, ser amable, psicólogo, atento, educado, que sepa defenderse al menos en inglés, dominar el oficio, ser rápido, eficaz y profesional, tantas cosas que, si lo pensamos detenidamente, no se le piden en el desempeño de su cargo ni al Presidente del Gobierno.
Ahora que, por fin, se le ve, que ya no es ese ser invisible al que se le puede insultar, o echar el humo, o ningunear por cualquier cliente de mierda que piensa que tiene derecho a ello porque paga, salen los empresarios de la hostelería y ponen sus puestos de trabajo sobre la mesa porque una ley pretende proteger su salud y la de los consumidores que no fuman en locales libres de humos.
Esa aptitud, como la de Marruecos, sólo tiene un nombre: Fascista.
Felipeángel (c)
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