El conde de... yendo a Roma con deseo de visitar todas las curiosidades que encierra la capital del orbe cristiano, fue recomendado directamente al Papa, que dio por su parte las órdenes oportunas para que la curiosidad del viajero quedase completamente satisfecha.
En la visita de despedida, con una bondad extraordinaria, le dijo el Papa:
-¿Lo habéis visto todo? ¿Quedáis contento?
-Santísimo Padre, -respondió el conde, que no era muy despejado- una sola cosa no he podido ver, y lo siento.
-¿Y qué es ello? -repuso Su Santidad con la misma dulzura.
-Un cónclave.
-¡Ah! ¡ah! -dijo el Papa sonriendo-, en cuanto a eso yo os aseguro que haré por mi parte cuanto me sea posible para que no lo veais jamás.
(Anónimo)
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