Ayer por la mañana, sin ir más lejos, Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno en Madrid, vino a decir, mas o menos, en un programa de la COPE, que sería malo para la imagen de España que se produjeran incidentes en las previstas manifestaciones del 15-M. Varias horas después, la mala imagen, a la griega, de España, la daban los seguidores del Atlético de Madrid en la Plaza de Neptuno, quemando contenedores, papeleras y hasta las sombrillas de la entrada del Museo del Prado. Hubo, por supuesto, cargas policiales que habrán aparecido en todos los telediarios del mundo, detenciones y una sensación notable de inseguridad ciudadana a causa del triunfo de un equipo madrileño en un final de fútbol.
Estas lamentables algaradas futbolísticas se vienen produciendo con demasiada frecuencia en Madrid y en otros lugares de España, pero nos siguen vendiendo la moto de que el fútbol no genera violencia ni altercados de orden público; de que son sólo unos cuantos energúmenos los que aprovechan estas ocasiones para generar disturbios.
El año pasado frecuenté asiduamente la Puerta del Sol durante la acampada del 15-M y no sentí, en ningún momento, que la protesta ciudadana pudiera causarme algún tipo de lesión física; hice fotos, hablé con algunos de los que formaban parte de las comisiones, asistí a sus largas y nutridas asambleas, tomé café en sus improvisados bares, y en ningún momento sentí que estuviera en peligro, de que esa insólita protesta fuera un fuente de inseguridad y violencia que debiera temer.
Sin embargo, a lo largo de mi vida, he presenciado cómo un nutrido cordón policial protegía -¿a ellos o a nosotros?- a un grupo de hinchas que iban ocupando y gritando sus consignas por la calle; he tenido que soportar sus gritos en los medios de transporte públicos; he huído de su euforia tribal y desmesurada y me he tenido que buscar la vida cuando sus celebraciones han impedido el normal funcionamiento de los autobues de la EMT, incluído el Búho.
Entiendo que se utilice el fútbol como vía de escape de una población cada vez más jodida y hastiada; comprendo que se sobredimensione todo lo que gira a su alrededor y se les dé la portada de los periódicos a todos esos futbolistas que hacen vibrar a gran parte de la población con sus jugadas, su goles y su bajo coeficiente intelectual, pero no deja de ser un juego en el que participan primordialmente clubs privados. La fiesta, por tanto, de celebrarse, debería supeditarse a ese ámbito, el privado de sus instalaciones deportivas, y no el público de las plazas ciudadanas, que nada tienen que ver con el fútbol y sus celebraciones.
Mal que le pese a la Delegada del Gobierno en Madrid ese es hoy el color de la violencia en las calles; esa es la imagen a la griega de un país habituado a ver cómo unos pocos privilegiados convierten el triunfo de sus equipos en un fracaso colectivo; esa es la triste consecuencia de haber convertido el fútbol en un bien cultural falso, que desvirtúa cualquier proyecto educativo y socava los pilares de una sociedad que ha huído de la concienciación ciudadana y de la autocrítica.
El 15-M, al contrario que el fútbol y lo que le rodea, trata de hacernos pensar, quiere sacarnos de ese sueño que el opio del poder nos produce; busca despertar nuestras más vivas inquietudes, las más sanas, las que nos hacen sentir que somos ciudadanos de pleno derecho, con capacidad para el análisis y la crítica. No sé si lo han conseguido pero saben que pueden conseguirlo sin violencia, con argumentos, sin miedo, con dignidad.
Felipeángel (c)
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