"En una de las quintas de estos últimos años debía un pueblo pequeño dar un soldado, teniendo solos dos mozos útiles, el hijo del alcalde y Benito, criado de un rico labrador.
El alcalde, por salvar su hijo,, ideó una trampa grosera, reducida a meter en la urna dos números uno, y a obligar a Benito a que sacase la suerte el primero, pues era seguro que por necesidad había de sacar el número uno y ser declarado soldado.
Pero la criada del alcalde era la novia de Benito, sospechó o escuchó la trampa y se la contó a su novio.
Llegó el día del sorteo; todo estaba perfectamente preparado y no había remedio alguno para Benito si no se ayudaba de su ingenio. Pero el mozoera listo y tenía más deseos de casarse que de ir soldado; así es que, cuando llegó la ocasión, metió la mano en el cántaro a vista de todo el pueblo, sacó una cédula, y en vez de entregársela al secretario para que la leyese, se la metió en la boca y se la tragó.
-¡Que haces, desgraciado! -gritó el alcalde con voz aterradora.
-Nada, señor alcalde -dijo Benito-, no se alrme usted. En el cántaro había dos bolas, una con el número uno y otra con el dos. Nada se ha perdido. Que saque ahora su hijo de usted, y si su bola es el número dos yo soy soldado, y si es el número uno lo es él.
-¡Es verdad, es verdad! -gritó el pueblo entusiasmado.
Y el hijo del alcalde fue soldado sin que su padre pudiera decir una palabra."
(Popular)
No hay comentarios:
Publicar un comentario