El mismo día en que el Rey y el Presidente del Gobierno están fuera de España pidiendo un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, la nación se siente insegura; por un lado, con manifestantes aquí y allá, cuestionando a la clase política, y, por otro, con un Presidente Autonómico que convoca elecciones como si fuera un referéndum independentista.
A los manifestantes la policía antidisturbios les dio la del pulpo, y al Presidente Autonómico la prensa nacional e internacional le ha dado un revolcón y poco más.
Nos preguntamos, ¿las manifestaciones irán a más o a menos? ¿Cataluña va a más con Más o a menos? ¿El hambre, el paro, la indignación, la pobreza irán a más con Más o logrará que vayan a menos?. Para unas cosas vamos a esperar poco; dos o tres meses, a lo sumo; para otras, mucho más que lo que espera Más. A lo mejor la cosa va a más, con consecuencias impredecibles, o alguien dice "¡No va más!" a Más y a sus acólitos, y el órdago de la partida independentista se queda en un farol, en un sueño, en una quimera.
Más por menos; menos por Más; no nos representan; a las barricadas; Madrid nos roba; vivimos tiempos difíciles no a los recortes; que se jodan; freedom for Catalunya; los mensajes van a más, y Más no para de lanzar mensajes, con esa media sonrisa que es la del caganet cagando en el pesebre de España; la del fullero que juega con las cartas marcadas; la del explorador que busca un futuro imposible mientras se enfrenta a un campo de minas constitucionales.
¿Por qué este país tropieza siempre en la misma piedra? ¿Por qué se cometen siempre los mismos errores? ¿Por que es más lo que nos separa que lo que nos une? ¿Por qué tendemos a convertir la comedia en tragedia, la vida real en drama, las esperanzas en frustraciones? Cada vez tenemos más piedras en el zapato, más serrín en el cerebro, más agujeros negros en nuestro desconsolado pecho. Todo lo malo va a más; todo lo bueno se olvida, o se arrumba, o se esconde. Hace treinta años éramos un país con futuro; ahora hemos retrocedido hasta los tiempos de la Segunda República, con banderas en Neptuno y proclamas nacionalistas en la Plaza de Cataluña. Da igual si tenemos mejores frigoríficos, mejores coches, aire acondicionado en las casas, un televisor de última generación o una cuenta en Facebook donde colgar las fotos, el viaje a Tailandia o las ilusiones: seguimos siendo un país sin memoria, dispuesto a repetir las mismas equivocaciones de antaño, sumido en un Alzheimer generacional que traerá imprevisibles consecuencias. A más independentismo, mayor involución.
Felipeángel (c)
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