A la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, le afean su conducta; a los lobos de la prensa y de la política municipal no les ha gustado nada que Ana pasara los días posteriores a la tragedia del Madrid Arena en un spa portugués; Ana se defiende y dice que es su tiempo privado; los lobos la acorralan y piensan que se encuentra indefensa en su redil presidencial; Ana medita; Ana tiene un follón de mucho cuidado; los muertos se enfrían en sus tumbas pero cada vez se caldea más la polémica sobre lo que realmente pasó allí, en esa ratonera festiva y musical, abarrotada de gente y de avaricia. Ana no piensa en las luces de la Navidad sino en las sombras de este sombrío enredo, en cómo deshacer este nudo gordiano sin que las cuerdas terminen envolviéndola a ella como un paquete de regalo para la Noche de Reyes; Ana no piensa en los Reyes, si Baltasar volverá a ser un blanco pintado de negro o un negro con su blanca capa de armiño cayéndole por sus espaldas, ni en los árboles minimalistas que colocarán en medio de algunas plazas con anuncios publicitarios, ni siquiera en el déficit del Ayuntamiento, que ya tiene su saloncito de reuniones en un palacio convertido en hemeroteca de la tercera edad. Desde allí Ana verá hoy a las amigas de Katia, Rocío, Cristina y Belén; desde allí oirá sus lamentos, verá sus lágrimas, escuchará sus justas peticiones de que se investigue a fondo tan trágico suceso, caiga quien caiga, y se aclaren las circunstancias de la dolorosa muerte de todas ellas, Desde allí Ana tal vez piense en su futuro como alcaldesa; en su devenir político, en todas y cada una de las esperanzas que ha puesto para ser relegida en las próximas elecciones en un puesto, quizá, más alto. Desde allí, o desde otro lugar privilegiado, oirá aullar a los lobos, sentirá cada vez más cerca sus pisadas, observará el brillo de sus ojos y el afilado resplandor de sus dientes; no habrá tregua para Ana; lo noto en el desleído tono de su maquillaje, en las descuidadas ondas de su pelo, en las visibles arrugas de su frente, en ese rictus de sus labios que no buscan dar un beso sino una respuesta acertada que la quite, por unos días, del ojo del huracán.
A la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, el relax y el esparcimiento en el spa portugués le va a salir caro; es un mal ejemplo, incluso para el Canal de Isabel II, que nos pide a los madrileños que nos duchemos en vez de bañarnos, que ya está bien de gastar agua para relajar los músculos, que ya está bien de lujos, de jacuzzis y de chuminadas. Ana Botella fue en busca de una ducha y, a la vuelta, se encontró con un chaparrón.
Felipeángel (c)
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