miércoles, marzo 06, 2013

MUCHO CUENTO: JUAN DE TIMONEDA - "EL PATRAÑUELO"


Patraña docena


   A un ciego de un retrete
hurtaron cierto dinero,
y a otro su compañero
diez ducados de un bonete.


Era un ciego tan avariento, que por su sobrada mezquindez iba solo por la ciudad, sin llevar mozo que le guiase, y al comer, comía donde le tomaba la hambre, por ahorrar de costa y no comer tanto; y para recogerse de noche, tenía alquilada una pobre casilla, en la cual a la noche, cuando se retraía, se encerraba en ella sin lumbre, como aquel que no la había menester; y cerradas las puertas, desenvainaba de una espadilla corta que tenía, y por reconocer si había alguno, daba cuchilladas y estocadas por los rincones y bajo de la cama, diciendo:

-¡Ladrones, bellacos, esperad, aguardad! ¿Ahí estáis?

Y viendo que no había nadie, sacaba de una cajuela que tenía un talegón de reales, y hacía reseña por retozar y regocijarse con ellos, y ver si le faltaba alguno. Tantas veces continuaba este avaricioso ejercicio, que hubo de ello sentimiento un vecino suyo, el cual hizo un agujero en la pared para ver lo que podía ser aquello de dar cuchilladas por casa; y como viniese la noche y el ciego siguiese su necia y acostumbrada costumbre de acuchillar en el aire, y él no pudiese ver ninguna cosa, a causa que estaba a oscuras, estúvose quedo y escuchando, y a cabo de rato sintió contar reales, y después cerrar una cajita. Por lo cual, determinó por la mañana, no estando el ciego en casa, de entrar por el terrado y hurtarle los dineros. Quitados que se los hubo, la noche venidera estuvo acechando por ver lo que haría el ciego.

Pues, como los hallase menos, maldecíase, y quejábase de su mala suerte, diciendo:

-¡Ay, dineros míos de mi corazón!, ¿y dónde estáis vosotros ahora? Habiéndoos ganado en oraciones, por lo cual os llamaba benditos, no habíais de sufrir que me maldijese.

En que con estas quejas y otras se acostó en su cama. Levantándose por la mañana, al salir de casa el ladrón fuele detrás por ver si se iba a quejar a la justicia, y vio que encontró con otro ciego que era su compadre, y contándole cómo le habían hurtado los dineros, respondió:

-¡Osadas, compadre, que no me los hurten a mí como a vos!

Dijo el otro:

-¿Por qué?

Respondió:

-Porque los traigo conmigo.

Y en oír que el ciego decía que los traía consigo, juntó más con ellos el ladrón para oírlo mejor. El otro, importunándole que le dijese dónde, díjole:

-Compadre, habéis de saber que los llevo en el aforro de mi bonete.

No lo hubo acabado de decir, cuando el ladrón apañó del bonete y dio de huir. El ciego, en sentir que le quitaron el bonete, apañó del otro ciego, diciendo que le volviese su bonete que le había hurtado. El otro, diciendo que mentía, sobre esto vinieron a tal competencia que se dieron de palos, y el ladrón se fue con los dineros de los dos ciegos.


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