Cierto andaluz sevillano
que le daba un susto al miedo
por su mentir soberano,
viendo con un arcediano
la catedral de Toledo,
coro y claustros recorría,
altares examinaba,
y a creer lo que decía,
de todo cuanto miraba,
de todo en Sevilla había.
Amostazado el vicario
y harto de tragar veneno,
al bajar del campanario
le llevó junto a un armario
de santas reliquias lleno.
Y allí, sacando una llave,
abrió las hojas con maña,
y... -Por si usted no lo sabe,
de esto no hay en toda España,
dijo el cura en tono grave.
-¡Veremos!- el sevillano
respondió con mucho aquel,
mientras el pobre arcediano,
de mala gana y con hiel
echó a las reliquias mano.
-Esta es la pierna y rodilla
del glorioso San Antero,
dijo al darle una canilla.
Y contestó el embustero:
-¡La otra tienen en Sevilla!
-Este, aunque algo deshecho,
el pie izquierdo es de San Gil,
dijo el padre con despecho.
Y respondió el zascandil:
-¡En Sevilla está el derecho!
Miró el cura de través,
y bufando como un potro,
-de Santa Polonia es,
dijo, esta muela; y el otro:
-¡En Sevilla guardan tres!
Fue a contestar el vicario,
y por no meter la pata
se encaró con el armario,
y un rico estuche de plata
sacó de entre aquel osario.
Miró al terne, abrióle en pos,
y luego con voz bravía,
-Son los ojos ¡vive Dios!
-dijo-, de Santa Lucía;
pero, observe usted...¡los dos!
¿Los ve usted? -¡Cuenta cabal!
-dijo él mirando-; ¡no es grilla!
y añadió con mucha sal:
-Pos misté, será casual,
¡pero aún hay otro en Sevilla!
EL MOTÍN.- 22 de abril de 1909
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