Fotografía: Felipeángel (c)
Don Benito Pérez Galdós asistió a la inauguración de este monumento con que sus amigos y admiradores le homenajearon el 20 de enero de 1919 pero no lo vio: estaba ciego; lo más probable es que lo palpara, que fuera recorriendo con sus dedos la gran masa de piedra caliza que Victorio Macho utilizó para esculpirlo en actitud sedante, relajada, serena. Tal vez dio con una pequeña abertura, apenas visible, pero que ejerciendo la debida presión, permitiera introducir la mano hasta dentro. Es allí, en ese gran espacio oculto debajo de su asiento, donde Victorio Macho metió todos sus libros, desde los Episodios Nacionales hasta las novelas de costumbres, como Fortunata y Jacinta. Allí duermen los gatos que se pasean por el parque del Retiro; hasta allí se acercan los novios con las promesas de su amor guardadas en las faltriqueras de su corazón; a sus pies dejé a Narváez, el Espadón de Loja, para que buscara el camino de su última morada.
Ahora, que aun se sigue polemizando sobre si es conveniente o no quitar los nombres franquistas de algunas calles, habría que recordar la anécdota del general, repetida muchas veces por Camilo José Cela, que, a punto de expirar en su lecho de muerte, le preguntó el padre confesor si perdonaba a sus enemigos y el moribundo le respondió:
-No puedo perdonar a ninguno porque los he matado a todos.
Hoy sigue teniendo este hombre una calle en pleno barrio de Salamanca. Pese a ello, estoy seguro de que Don Benito Pérez Galdós, aprovechando el abrigo de la noche, retiró la manta de sus rodillas, se levantó lentamente de su confortable sillón de piedra, cogió el libro de bolsillo y, llevándolo de la mano como quien lleva a un hijo, le franqueó el acceso a la cavidad secreta de su monumento, satisfecho de que aun seamos muchos los que le queremos, le leemos y le respetamos.
Felipeángel (c)
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