Habemus papam. El cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, consiguió ayer más audiencia televisiva que su compatriota Leo Messi en el último partido del F. C. Barcelona contra el Milán. A nadie se le escapa que su elección en el cónclave ha sido un gol por toda la escuadra; ahí han estado muy vivos los cardenales porque su impacto mediático ha sido inmediato, y sus primeros gestos ante los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro han llenado de esperanza a muchos católicos que creen en una Iglesia más cercana al pueblo de Dios de lo que lo es ahora. El nombre que ha elegido el cardenal bonaerense para su papado -Francisco I- ha dado lugar a todo tipo de especulaciones y de chistes. En Twitter, que ha perdido su origen conceptista y se parece cada día más al Club de la Comedia, ya le llaman el Papa Paco; esta familiaridad, propia de la gente del barrio de toda la vida, le va al personaje, del que nos cuentan que viajaba habitualmente en Metro y daba sus homilías en la plaza pública. Ahora toca esperar. Nos alegra su elección; nos emociona su castellano con acento porteño; nos gustan sus pequeños gestos y sus maneras. No va a conseguir que volvamos a misa de doce, pero veremos con buenos ojos sus decisiones si van encaminadas a hacer de este mundo un lugar más justo, más solidario y menos pobre en la calidad de la vida y de las ideas. Nos gustaría un Papa que viviera mucho y que dejara vivir a cada cual a su manera; un Papa cercano, poco vaticanista, que se exprese con palabras sencillas, como el santo al que ha cogido el nombre, y con acciones sinceras y prácticas, encaminadas a combatir la pobreza, los malos hábitos eclesiásticos y la corrupción; un Papa, en fin, alegre que trasmita esa alegría a los demás. No le pedimos que nos cante un tango, no queremos un Papa folclórico con ademanes de Carlitos Gardel, pero sí que nos hable con la verdad, que dé al mundo esa esperanza de cambio que parece haberle transmitido un Espíritu Santo del siglo XXI.
Felipeángel (c)
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