El arte de parte a parte.
Hacía tiempo que no dedicaba la mañana a ver exposiciones; ayer lo hice. Vi manos en la Casa de América, un toro de Osborne con dos mil piezas de cristal de Swarovski, las Obras Públicas de Nicanor Parra, los Terrenos de Juego de Giacometti, los campos circulares de Emmet Gowin, las sombras del Paseo de la Castellana bajando como un gato las escaleras que conducen al Corte Inglés, y la belleza convulsa de los cuerpos femeninos paseando por la calle, viajando en el autobús, mirándose en los escaparates de las tiendas de moda, tomando café.
Robert de Niro nos recordó por la noche que la cara no es el espejo del alma sino las manos, y aquellas que se encontraban expuestas en amplios formatos en una de las salas de la Casa de América nos aplaudían, nos llamaban, se ofrecían con sus palmas boca arriba como un cuenco de solidaridad.
Sarcástica, zumbona y solidaria sigue siendo la antipoesía de Nicanor Parra. Se equivoca quien escribió el folleto de la Biblioteca Nacional. No es la primera vez que vemos un "acercamiento panorámico" a su obra poética, a sus artefactos visuales, a sus bandejitas. Todo ello, y mucho más, ya lo vimos expuesto la primavera de 2001 en las salas que la Fundación Telefónica tenía en la Gran Vía madrileña, hoy reconvertida en un lujoso y colorido escaparate de teléfonos móviles de última generación. Quise hacer fotos pero los gendarmes de la contracultura, los policías del antisistema venerado como pieza de museo no me dejaron. De modo que los orinales, las máquinas de escribir y de coser, los crucifijos, tocadiscos y biberones reconvertidos en readymades por Nicanor Parra pasando a ser La Última Cena, las Máquinas del Tiempo y del Arte, El que pierde gana, Aquiles & la tortuga, y La mamadera Mortífera, deberán ir a verlos allí, o buscarlos en Internet. Una cosa es segura: no se encontrarán colas como las que aun hay para ver la exposición de la obra de Salvador Dalí en el Reina Sofía. Ayer apenas había nadie, claro ejemplo de que la Biblioteca Nacional sigue siendo incapaz de acercar a los ciudadanos a sus ofertas culturales.
Quien sí consigue atraer a todo tipo de público a sus salas es la Fundación Mapfre. La exposición de fotografías de Emmet Gowin me conmovió; sobre todo las que le hizo a su mujer a lo largo de su dilatada vida matrimonial. Se ve en ellas el inexorable paso del tiempo y la íntima relación entre ambos. Me recordó a Dalí y Gala e, incluso, el rostro de Edith, la mujer de Emmet Gowin, se parece en una de las imágenes expuestas a la gran musa del pintor ampurdanés.
La de Alberto Giacometti me dejó frío; incluso me irritó cuando leí una de sus opiniones artísticas: "Me di cuenta de que nunca podría hacer otra cosa que una mujer inmóvil y un hombre caminando". Me pareció profundamente reaccionario; sobre todo en estos tiempos en que se lucha por la igualdad de la mujer con el hombre en todos los ámbitos de la vida. Pensar hoy en día en una mujer inmóvil es darles la razón a los que creen que la mujer no debe salir del redil del hogar, ocupada en llevar la casa, cuidar de sus hijos y ser el descanso del guerrero, sin capacidad para decidir su futuro por sí misma ni de realizarse en los múltiples campos de la vida moderna. Imaginarla escuálida y parada es apostar por la mujer que algunos modistos tienen en la cabeza, más preparados. creo yo, para vestir farolas que mujeres de carne y hueso. Viendo sus obras se comprende lo mal que han envejecido las vanguardias, lo insustancial de muchos de sus mensajes, y el camelo que se nos quiere seguir colando para que no se devalúe lo que nació carente de valor.
Felipeángel (c)
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