viernes, noviembre 06, 2009

YVES KLEIN EN EL CÍRCULO


Antes de admirar los cuadros del padre, la madre y el hijo, recomiendo que vean el documental que el Círculo de Bellas Artes proyecta en una sala oscura, porque en él se explica con bastante detalle y rigor la trayectoria artística de Ives Klein y sus obsesiones con el silencio, el vacío y los monotonos musicales y pictóricos.
Hasta llegar al azul que lleva su nombre, el puro azul que siempre fascina a quien lo contempla, y que destaca como una estrella en el firmamento multicolor de las exposiciones colectivas, pasó por otros colores en otros lienzos y, en esa etapa, uno no sabe muy bien si está ante la obra de un artista que intenta encontrar su camino, o ante un vendedor de esmaltes y pinturas acrílicas que nos ofrece amablemente la muestra de su paleta. Lo digo sin acritud, porque el arte abstracto envejece mal - y una prueba la encontramos en los cuadros de sus papás- pero hay que tener presente que el primero que se atrevió a exponer una obra monocroma fue Kazimir Malévich, el pintor suprematista, que desde los años 1915 al 1918 llenó las galerías de "cuadrados negros" y "blancos sobre blancos". Aquí, por lo tanto, Yves no innova, pero sí lo hace cuando utiliza en sus performances a las mujeres pincel.
Lo auténticamente revolucionario hubiera sido ver a Klein pintando con su polla, como terminó haciendolo, años después, el artista australiano Tim Pach, pero tal vez pensó que resultaba más visual y armónico que lo hicieran tres modelos con las tetas, los muslos y los coños, mientras un orquesta perfectamente equipada y vestida interpretaba para el público asistente, bien equipado y correctamente vestido, alguna de sus sinfonías monotonos.
Aquellos sí que eran tiempos propicios para la libertad creativa, porque si Yves, pongo por caso, fuera hoy en día un artista desconocido, es muy probable que alguna miembra del panorama político español se llevara las manos a la cabeza y considerara una vejación contra la mujer que se embadurnaran el cuerpo de pintura azul para restregarse sobre un lienzo, siguiendo las indicaciones del artista.
David Delfín no lo tuvo mejor en su primer desfile, pero, claro, tal vez sea mucho pedir que las defensoras de la dignidad femenina tengan también que saber quien era René Magritte o los significados de los atrevidos lenguajes pictóricos de la modernidad.
Si uno se fija en los vídeos que he colgado en la entrada anterior, la elegancia con la que las modelos realizan su trabajo es magnífica, y la presencia de ánimo del público asistente, inigualable. Nada desentona: ni los cuerpos desnudos, ni los trajes con corbata, ni la música de fondo, ni el resultado final. Llegar a ese punto en que el arte se superpone a la broma, y las ideas a un estado inconsciente de locura, no es fácil. Hay que creer, sobre todo, en uno mismo, y pensar que la obra que realiza, tal vez efímera, es una continuación de la belleza que vemos, de modo natural, en tantos ámbitos de nuestra vida.
Yves Klein no fue un visionario, ni un loco, ni un buen pintor, pero tuvo la capacidad de imponer su mundo azul al mundo del arte, aunque no remató su obra.
En el vídeo , que se proyecta en la sala oscura del Círculo, se dice que su boda con Rotraut Uecker, en la iglesia Saint-Nicolas-des Champs de París, fue su culminación artística, al incluir en ella muchas de las ideas que lo habían hecho famoso. Yo creo que no. Al igual que Cioran, que no defendió el suicidio suicidándose, Yves no llevó a cabo su mejor performance: lanzar, a la salida de la iglesia, a todos los presentes, novios, invitados y curiosos, litros y litros de pintura Azul Internacional Klein, al mismo tiempo que la Orquesta Sinfónica parisina interpretaba su más bella Sinfonía Monotono.

Felipeángel (c)

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