miércoles, agosto 14, 2013

POLTERGEIST POPULAR



Vive Mariano Rajoy en su televisor de plasma como Diógenes de Sinope vivía en su tonel, y desde allí entona el "no nos moverán" de Joan Báez, convertido en el nuevo himno pepero de Juan Salvador Gaviota, que ya no puede salvar a nadie salvo a sí mismo; si lo consigue o no lo veremos a la vuelta de sus vacaciones pontevedresas; mientras tanto, los que fueron corruptos en otros tiempos le piden que abandone el poder, que reconozca que mintió en sede parlamentaria, que diga la verdad, que dimita, que se vaya. Francamente, aunque Mariano de Génova se encuentre ahora mismo entre la espada y la pared, entre la daga silenciosa de los suyos y el muro inamovible de la oposición, no creo que lo haga, no será el fin de la cita con la historia, que puede recordarle como Mariano el Cínico, ni siquiera el fin de esta democracia tramposa en la que, unos y otros, los que ahora gobiernan y los que antes gobernaron, la han utilizado para sus propios fines, muy distintos del espíritu y la letra de la Constitución. Este cinismo de Mariano no tiene nada que ver con el que practicaba Diógenes, que consideraba que el robo es inadmisible, que defendía las virtudes morales y despreciaba los placeres mundanos; uno no ve nada fácil que Mariano prescinda de buenas a primeras del despacho presidencial, del minué sinuoso de las Cumbres Europeas, del apretón de manos de los que manejan los hilos de la política mundial, del guardaespaldas que, tal vez, prueba antes su comida o rastrea su dormitorio en busca de micrófonos ocultos; uno no cree que de pronto renuncie a la erótica del poder, a tocar pelo electoral, a que le dejen de dar palmaditas en la espalda la cuadrilla de pelotas y  lameculos, zalameros e interesados que siempre acompaña a quien tiene en su mano tomar las grandes decisiones del gobierno de la nación para levantar la moral ciudadana bajando, de paso, la prima de riesgo.
Mariano no ha hecho otra cosa que intentar vivir bien, poniendo en práctica ese aserto que afirma que la vida es cara, que  la hay más barata, pero ya no es vida. Los que vamos añadiendo a la nuestra los renglones de la supervivencia sin saber si cubriremos la totalidad de la hoja en blanco, no salimos de nuestro asombro. Mariano de Génova, con el cinismo de estos tiempos que corren, podría hacer suya aquella frase que Diógenes pronunció cuando le desterraron de Sinope: "Ellos me condenan a irme y yo les condeno a quedarse", dándole el conveniente giro argumental: "Ellos me condenan a irme, pero no me voy, y yo les condeno a quedarse en la Oposición, al menos hasta las siguientes elecciones legislativas". 
Diógenes, como es sabido, no aspiró a gobernar Atenas; vivió  en la pobreza, malviviendo en un tonel como un asceta, y, a veces, recorría sus calles con un farol buscando un hombre honesto. Mariano no puede, por ahora,  encontrar un hombre honesto para presentarlo en la ágora pública; incluso muchos ciudadanos dudan de su honestidad; Mariano no tiene linterna que le alumbre en su laberinto de cuentas, sobresueldos, pagos en B y contraprestaciones, y nos parece que su imagen va palideciendo a pasos agigantados dentro del televisor de plasma en el que vive, se va alejando de nuestro salón, de las intimidades del  dormitorio comunal, y mucho nos tememos que cualquier noche de tormenta democrática en la que se nos ha olvidado apagar la caja tonta nos dé un buen susto apareciendo como un alma en pena en una nueva y terrorífica entrega de la película Poltergeist.

Felipeángel (c)

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