martes, febrero 13, 2007

DIAMANTE DE SANGRE

He visto "Diamante de sangre", de Edward Zwick, protagonizada por Leonardo Dicaprio, Djimon Hounsou y Jennifer Connelly.
Parece un película de denuncia sobre los conflictos africanos en que los diamantes sirvieron en muchos de ellos para la compra de armas pero no lo es.
Se trata de un buen film de acción con buenos y malos, como le gusta decir a George Bush; por supuesto, con moralina y final feliz.
Los malos muy malos, como los jefes rebeldes que secuestran niños para que combatan, o el capitán mercenario que arrasa la mina de diamantes, mueren; los menos malos, como el protagonista de la película, también, pero envuelto, al final, en un aura de heroísmo y sacrificio; los malos en la sombra, los que se benefician del negocio de los diamantes, caen tontamente en una trampa, y los buenos muy buenos, salen airosos cuando se enfrentan al peligro y, por supuesto, todos ganan: Jennifer, la intrépida periodista, consigue publicar su reportaje que, seguramente, terminará premiado con un Pulitzer; Djimon Hounsou, el pescador que encuentra el gran diamante en la mina de los rebeldes,s e embolsa dos millones de libras que no se ve, en ningún momento, que comparta con una ONG; y gana la película, que aspira a cinco Oscars,y la industria de Hollywood, que se embolsará millones con su proyección en todo el mundo.
La moralina es que no debes comprar diamantes, sobre todo si son de sangre y para siempre, advertencias que no suelen venir en la etiqueta, porque si lo haces, incauto ciudadano del mundo occidental, serás el responsable de que se trafique con armas, que pondrán en manos de niños soldados, muy útiles y combativos en las guerras africanas.
Cuando era niño, la iglesia católica nos inculcó la idea de que éramos hijos del pecado original y, por lo tanto, debíamos arrastrar toda nuestra vida ese sentimiento de culpa.
Ahora, el sentimiento de culpa viene de la sociedad laica.
Imaginemos un dia cualquiera.
Suena el despertador. No enciendo la luz porque, si lo hago, contribuyo al cambio climático; no me ducho porque, si lo hago, voy a gastar más de los 60 litros recomendados por la Sra. Ministra de Medio Ambiente; no enciendo el gas de la cocina porque, con mi acción, agrandaría el calentamiento global; no desayuno, por tanto, y comienzo a vestirme; no me pongo el abrigo de pieles para salir, porque, si lo hago, estoy a favor de que descuarticen animales en peligro de extinción y corro el riesgo de que, en plena calle, algún airado ecologista termine descuartizándome a mi; me dirijo al garaje, cojo el coche, pero no me acerco a una gasolinera a echar unos litros de gasolina porque no sé si se trata de gasolina de sangre iraquí y, si lo hago, tal vez estoy contribuyendo a que los norteamericanos sigan matando gente inocente; así que voy andando al trabajo; se me acerca una prostituta ofreciéndome sus servicios pero no acepto su oferta porque, si lo hago, el alcalde de Madrid me dirá que yo soy el responsable de que exista la prostitución en las calles.
Como es de esperar, llego tarde al trabajo y con un hambre de mil demonios pero tengo suerte, no me dicen nada y aguanto hasta la hora de comer; no me como un filete porque no sé si la res ha sido sacrificada sin sufrimiento, ni fruta tropical porque, si lo hago, tal vez contribuyo a que se siga explotando a los trabajadores que la recolectaron en sus países de origen; por supuesto, no bebo vino, para no ser responsable del fomento del alcoholismo, ni como pan, que puede estar elaborado con productos transgénicos.
Termino mi jornada laboral y me dirijo a unos Grandes Almacenes pero no compro nada porque no forman parte de la red de Comercio Justo y, tal vez, algunas de las prendas que venden o la ropa deportiva, ha sido confeccionada, en algún inmundo rincón de un país subdesarrollado, por trabajadores expuestos a todo tipo de sustancias nocivas y con sueldos de miseria.
Como hace buen tiempo podía irme a ver una corrida de toros, pero no lo hago porque sinó estaría a favor de la tortura a los animales; o comprar unos cds piratas, pero no lo hago porque, si lo hiciera, contribuiría a la desaparición de la industria musical. Así que me voy a casa donde no puedo encender la luz, ni ducharme, ni comer pensando en lo cómodo que es decir que el responsable de todos los males del mundo no es otro que el anónimo ciudadano de a pie. El peso que se quita uno de encima,oye.

Felipeángel (c)

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