martes, octubre 06, 2009

ESTADO DE MENDICIDAD


“ESTADO DE MENDICIDAD”


Cada vez hay más gente pidiendo; lo hacen en los vagones del Metro, en el tren de Cercanías, a la puerta de los supermercados, junto a la entrada de las iglesias, sentados en las aceras o de pie, da igual el sitio, siempre y cuando pase gente.

Muchos aun siguen siendo yonquis -algunos con tratamiento de metadona, otros no- pero también se ven lisiados, pobres de solemnidad, y personas con el desempleo asomándoles al rostro como una maldición o una lacra.

Hay quien pide sólo para comer y quien lo hace para sacar adelante a su familia. Las historias que cuentan suelen ser desgarradoras pero la técnica es muy parecida.

Los que piden en el Metro o en los trenes de Cercanías se colocan en medio de los vagones y lanzan a los viajeros las palabras de su miseria como misiles de corto alcance; luego recogen el fruto de su discurso con discrección y premura. No sacan mucho porque los que viajan y los que piden ya han coincidido en muchas jornadas, son habituales, casi como de la familia, y el cuento de unos suena a sabido ante la indiferencia de los otros, casi natural. Sólo los que piden de un modo diferente tienen éxito pero también son los que padecen alguna minusvalía. El que no tiene brazos recorre los vagones sosteniendo un vaso con monedas que hace sonar moviendo la cabeza mientras emite unas palabras incomprensibles. No hace falta entenderle. Su estado calamitoso causa lástima y mueve los resortes de la caridad. El que no tiene piernas o las enseña llagadas produce el mismo efecto en la gente que el que luce los muñones, y muchos viajeros les dan algunas monedas acuciados por el asco o el temor.

Los que piden en la calle suelen vivir en ella; muchos ponen la mano a la feligresía devota que acude a los oficios religiosos, pero otros lo hacen con carteles mal escritos y un bote de conservas al lado para echar las monedas. Sin embargo están proliferando los pedigüeños, casi siempre mujeres, que lo hacen a las puertas de los supermercados, implorando a las amas de casa que les compren alguna cosa para dar de comer a sus hijos o a sus nietos. No hace mucho veíamos por el súper del barrio a una señora que pedía productos muy determinados para su peculiar cesta de la compra: medio kilo de filetes de pollo, un poco de embutido, algún litro de leche…etc. Casi siempre se iba a su casa con el deseo cumplido.

Sin embargo, estamos empezando a ver a personas que no han hecho de la mendicidad un modo de vida sino que recurren a ella porque se ven asediados por las deudas o la necesidad. En su cuento corto se nota el timbre de la vergüenza, la mirada de su mala suerte, el temblor de sus manos que no saben donde meter hasta que buscan el necesario camino de la solidaridad, extendiéndola ante los que aún tienen mejor suerte que éllos . Es el lado amargo de la crisis, el que no vive de la especulación y de las desgracias ajenas. Para los oportunistas son sus víctimas; para los políticos es su excusa; para su familia, es un parado.

Por mucho que aparezca en las estadísticas o en los discursos parlamentarios, trayéndolos y llevándolos como un número o un problema, es difícil conocer su realidad hasta que no lo vemos en la situación límite en que están muchos de ellos, sin subsidios y anclados a su destino o a su ruina.

Un día, no sé si lejano, nos enteraremos de la tasa de suicidios que la crisis está provocando en este país; personas que se vieron abocadas, tal vez, a pedir en el Metro, en el tren de Cercanías o en la calle para mantener el sueño roto del estado del bienestar, de su estado del bienestar….. sin conseguirlo.


5/10/09


FELIPEÁNGEL (c)

1 comentario:

Ele Bergón dijo...

MUy buen artículo y ¡cuánta razón tines! A este paso la mayoría vamos a tener que ir por la calle con la mano extendida.

Un abrazo.

Luz