Por dos milagritos de nada le van a hacer santo al papa Juan Pablo II; espero que la Conferencia Episcopal se anime y comience un proceso de beatificación de miles de españoles que en estos aciagos días viven y comen de milagro, mientras esperan el maná de un puesto de trabajo, la divina aparición de un euro en sus maltrechas cuentas corrientes, o el resplandor del frigorífico que, al abrirlo, anuncia que, por fin, está repleto de alimentos. Eso sí tiene mérito y mucho más que le ocurra a millones de personas; amanece, que no es poco, pero hay que ir llenando esas horas milagrosas con el milagro de la supervivencia, sin echar mano de la protección divina que los Papas tienen ahí, al alcance de las suyas, como quien mira al techo de la Capilla Sixtina buscando el dedo de Dios o su mirada. De milagro salen adelante sus hijos, ajenos a ese paraíso místico en el que viven, solo pendientes de sus juegos, de sus estudios, si alcanzan a terminarlos, y de comer cada día lo que de puro milagro alcanza a llegar a su plato, en casa o en los comedores sociales. Este nuevo milagro español no debe darles apuro analizarlo; lo han ido puliendo los saqueadores del Estado, los empresarios sin escrúpulos, los oportunistas de la crisis y los chorizos de medio pelo; cada uno puso su parte de culpa, su gotita de avaricia, su dentellada de lobo en la tajada nacional. Este milagro español no nos anuncia el crecimiento sino la miseria de millones de personas que se quedarán sin vacaciones pagadas, sin un techo donde vivir, sin oficio ni beneficio, expuestos al infortunio, la miseria, las enfermedades, la soledad, el desarraigo, la pobreza, el hambre y la desesperación. Si con estas y otras circunstancias vitales aun es posible seguir adelante, no me digan que no estamos ante un milagro social y multitudinario digno de ser estudiado por la Conferencia Episcopal o, si me apuran, por el mismísmo papa Francisco, Paco para los amigos.
Felipeángel (c)
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