Era el mar proceloso
de la vieja política española
por sus grandes riquezas fabuloso;
pero más parecía
ser un mar de opereta y barcarola
convertido en fecunda granjería.
Era escenario y cuna
de delfines y audaces tiburones
que nacidos sin bienes de fortuna
conquistaban riquezas y blasones.
Con besugos, atunes, calamares,
salmonetes, bonitos y lenguados,
entre otros habitantes de los mares,
formaron sus partidos los taimados;
y al llegar al Poder, ya se sabía:
más de un atún subía
por ignota escalera
a ser el titular de una cartera
del nuevo Gabinete
que formara el delfín Romanonera
o el tiburón....Zoquete.
Los besugos, a fuerza de arrastrarse
(que es sistema de muchos vividores),
igualmente lograban elevarse;
de ellos salieron ¡mil gobernadores!
¿No recuerdan ninguno mis lectores?
El bonito ya estaba colocado;
solamente por eso,
porque nació bonito, iba al Congreso,
y si era ya algo viejo iba al Senado.
Con tales tripulantes,
osados e ignorantes,
la nave del Estado, torpemente,
ese mar recorría; era arrastrada,
cual cáscara de nuez, por la corriente,
inquieta, caudalosa y encrespada.
Y mientras tanto el pueblo soberano,
que formaban los meros boquerones,
pescadillas, sardinas y jureles...
(¡la moralla!, lector), gritaba en vano;
eran desatendidas sus razones,
e insaciables y crueles,
los peces grandes que en la cumbre estaban
a los peces pequeños devoraban.
La Prensa diariamente
se oponía a esa merienda inútilmente;
desatendidos eran sus clamores
porque los peces grandes repetían
que siempre se reirían
de los vistosos peces de colores.
En los últimos años
se cambió de Gobierno muchas veces;
pero no terminaron los engaños,
los derroches ni yerros:
que a unos peces siguieron otros peces
ineptos o inconscientes...
¡Eran, en realidad, los mismos perros
que ostentaban collares diferentes!
Pero aquello acabó; no se podía
tolerar siquiera
la escandalosa orgía,
y los peces espada, cierto día,
exponiendo su vida y su carrera,
realizaron la hazaña
de arrojar del Poder a los que a España,
invocando acendrado patriotismo,
consiguieron ponerla en la pendiente
que, irremisiblemente,
iba a hacerla caer en el abismo.
Con un débil esfuerzo, en un instante
se derrumbó el político tinglado
que se alzaba soberbio e irritante;
y dicen que un farsante
que se creyera en tiempos endiosado,
no sabiendo qué hacer, tomó el olivo
y pasó la frontera
lo mismo que hace el Gallo, que es un vivo,
cuando salta temblando la barrera.
Y los otros famosos tiburones,
atunes y delfines,
no se sabe, lector, dónde se han ido;
y hay que tomar medidas, precauciones,
pues no se han muerto, no; se han escondido.
Son pájaros de cuenta
que ahuecaron el ala, acobardados;
pero esperan que pase la tormenta
porque son muy osados
y acaso vuelvan a ponerse a flote,
mostrándose vivitos, coleando,
para seguir chupando
del socorrido bote.
Madrid Cómico.- 22 de diciembre de 1923