Un caballo apostó con un pollino,
para burlarse de él seguramente,
a ver cuál de los dos desde el camino
llegaba a la ciudad más velozmente.
Hecha la apuesta, el asno fue derecho
siguiendo su camino a paso lento,
en tanto que el caballo satisfecho
se reía del mísero jumento.
"¡Infeliz!- -exclamaba-; si quisiera,
¡Qué pronto humillaría tu arrogancia!
En cuanto empiece mi veloz carrera,
salvaré en dos minutos la distancia."
Y con esta esperanza satisfecho,
de su fuerza y poder envanecido,
se tendió a descansar en un barbecho,
donde al instante se quedó dormido.
Despertóse por fin, y apresurado,
a galope veloz subió la cuesta;
y en la ciudad el asno, descansado,
vino a pedirle el precio de la apuesta.
"¿Cómo? -dijo el caballo-, ¿con que es cierto
que antes que yo llegaste? ¿Cómo ha sido?
-Porque yo -dijo el asno-, fui despierto,
mientras que tú, entre tanto, te has dormido.
"Y en ello hiciste mal, según discurro;
pues que, si he de decirte la verdad,
aunque te ofenda la lección de un burro,
hace más que el poder la voluntad."