Hacía tiempo que no iba por el Ateneo de Madrid; la última vez tuve la fortuna de visitar el despacho del Presidente pero antesdeayer fui solo con la intención de asistir a un recital de poesía en la pequeña sala de conferencias del primer piso.
Sigue igual; quiere uno decir que no vio correteando cucarachas a la entrada, como Raúl del Pozo lo imagina ahora, ni el fantasma de D. Manuel Azaña dándose un paseo por La Cacharrería, ni siquiera el de Valle-Inclán tirándoles piedras a los gendarmes desde el balcón, sino que aún tiene a los viejos republicanos sentados en sus viejos sillones, mientras en el salón de actos se aplaude a una utopía más y en la biblioteca se apiñan los libros para que no se los coman el polvo y los insectos.
Gente joven vi poca, aunque la había: estudiantes que hablaban por el móvil al pie de las escaleras; muchachos que soñaban con cambiar el mundo en los bajos de la cafetería, y algún doncel solitario, como yo entonces, con versos ocultos en la sobada carpeta.
Allí, hace casi veinte años, Ramón Llorente, Secretario de Literatura del Ateneo, nos convocó a muchos de nosotros para formar lo que terminaría siendo el "Grupo de Poetas Jóvenes". Acudieron muchos pero, al final, nos quedamos unos pocos; entre ellos, había dos escritores que destacaban de los demás: Isla Correyero y Jesús Urceloy.
Hace dos días lo ví de nuevo. Ha ido ensanchando con el paso de los años. Hizo el chiste del poeta de peso. Lo es; ahora por partida doble.
Presentaba una Antología, de la que él forma parte, de 17 poetas que están o han pasado por su Taller Literario.
Comenzó hablando Miguel Losada, Secretario Primero de la Institución; le siguió Luis Alberto de Cuenca, que tenía un color de cara raro, más amarillenta que morena, más hepática que playera, y terminó Jesús Urceloy, con unas breves palabras que dieron paso a la lectura de dos poemas por parte del variopinto grupo de poetas.
Algunos nos hemos visto en la misma situación y, la verdad, con poco público o con el salón lleno hasta la bandera, se pasa mal, te tiemblan las piernas y se ahoga la voz; tratas de esconder las manos para que no se den cuenta de que tienes, en ese instante,u n párkinson poético de cojones y todo te molesta: el foco sobre la cara, el micrófono, la silla y el calor. Aunque en la sala haga un frío que pela, uno lo que siente es mucho, mucho calor.
Allí estaban, pues, los pobres, con sus mal recitados versos, pasando calor. Algunos eran realmente buenos; otros, no tanto. Ha pasado siempre. Cuando Jesús Urceloy recitó los suyos, el calor de la sala era insoportable pero fue como si te diera en pleno rostro la brisa que siempre uno ha soñado sentir alguna vez.
He buscado en Internet y he encontrado un blog a su nombre: "Nadie nos toca los huevos".
Después de publicar los "Poemas eróticos", el "Libro de los Salmos" y "La profesión de Judas", éste sería un bonito título para su próximo libro, un nombre adecuado para un poeta "feroz".
Felipeángel (c)
Foto: Felipeángel (c)
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