Mariano José de Larra se quitó la vida el 13 de febrero de 1837, en su domicilio, situado en el segundo piso de la madrileña calle de Santa Clara, número 3. Lo hizo disparándose un tiro en la sien con una pequeña pistola, de las que llaman cachorrillo, después de haber mantenido una enervada discusión con su amante, Dolores Armijo.
Carmen de Burgos, que escribió una de las mejores biografías de "Fígaro" -Madrid, Imprenta de Alrededor del Mundo, 1919- contó los pormenores de aquel fatídico día en el capítulo XVIII titulado "El suicidio". Dice en sus párrafos finales:
"...Es imposible vivir en el vacío. El alma se va... el alma corre, el alma vuela... la sigue... la acompaña... la anhela: Es el alma deseosa de escaparse la que lo guía... !Desdichadamente las pistolas están allí, en la caja amarilla! Son el remedio... no puede sufrir aquel dolor bárbaro de su corazón... Se aplica la pistola a la sien, sin fijarse en nada, loco, apresurado, pensando quizás que Dolores va a volver a oir la detonación y que va a revivir en brazos de ella...!Dispara!
Dolores no ha salido aún de la casa. El ruido del disparo y la caída del cuerpo y de los cristales del balcón producen un ruido que oyen todos. Los otros no sospechan nada. Dolores, sí. Tiene la visión de lo que ha sucedido. Pero en vez de dolor y amor siente pánico de verse descubierta; con voz temblante y emocionada dice al criado:
-Vuélvase usted... vuélvase, Pedro. Pueden necesitarlo.
No se atreve a decir más y aprieta el paso, se aleja, huye... Nadie la acusará de asesinato pero ella sabe que su mano, que aún guarda la presión de la mano de Fígaro, ha disparado un arma. Sabe que es ella quien lo ha matado. Los pasos breves y rápidos de las dos mujeres se pierden resonando a lo lejos sobre las desiguales losas de la calle de Santa Clara. A sus ecos responden las campanas de Santiago doblando lastimeras por las ánimas... Fígaro no es más que un cadáver que yace sangriento y abandonado... no ha recogido nadie su último suspiro, ni su última mirada... sobre la mesa habían quedado unas cuartillas y la carta que le devolvió Dolores.
(...)
La detonación apenas ha sonado. la criada escuchó el ruido de la caída del cuerpo derribando el juego de té y de los vidrios del balcón que quebró la bala, pero no comprendió y puso su comentario vulgar al volver Pedro:
-Mal humor ha dejado al amo esa visita.
Era la hora en que la niña debía entrar, como todas las noches, a darle un beso a su padre antes de acostarse. Tierna costumbre que es un mentís a los que han dicho que Larra no hacía caso de sus hijos o han escrito que la niña estaba ahí por casualidad. No queriendo los criados exponerse al mal humor de Fígaro la dejaron ir sola. Adelita, la linda niña de rizos rubios, no tenía idea de la muerte; pero el espectáculo de su padre caído en el suelo, casi bajo la mesa, con un revólver al lado y los muebles derribados, la sobrecogió. Sintió lo que no comprendía y huyó aterrorizada llamando a los criados:
-Papá está debajo de la mesa.
Entonces acudieron.
Un quinqué iluminaba el fúnebre cuadro. Al caer había derribado el velador, periódicos, libros y papeles se habían exparcido por el suelo; un cristal del balcón se había roto y un helor glacial penetraba en la estancia: Fígaro yacía pálido, con los ojos cerrados; con una expresión de dolor y de amargura, que denotaba bien las últimas impresiones de su vida.
Su cabello de ébano caía sobre su noble frente y hacía resaltar más la palidez. Apenas se notaba el orificio de entrada de la bala, apenas la sangre había salpicado la pechera de su levita y su camisa. Se podría decir, en verdad, que descansaba."
Era lunes de Carnaval y su reloj marcaba las seis de la tarde.
Carmen de Burgos, que escribió una de las mejores biografías de "Fígaro" -Madrid, Imprenta de Alrededor del Mundo, 1919- contó los pormenores de aquel fatídico día en el capítulo XVIII titulado "El suicidio". Dice en sus párrafos finales:
"...Es imposible vivir en el vacío. El alma se va... el alma corre, el alma vuela... la sigue... la acompaña... la anhela: Es el alma deseosa de escaparse la que lo guía... !Desdichadamente las pistolas están allí, en la caja amarilla! Son el remedio... no puede sufrir aquel dolor bárbaro de su corazón... Se aplica la pistola a la sien, sin fijarse en nada, loco, apresurado, pensando quizás que Dolores va a volver a oir la detonación y que va a revivir en brazos de ella...!Dispara!
Dolores no ha salido aún de la casa. El ruido del disparo y la caída del cuerpo y de los cristales del balcón producen un ruido que oyen todos. Los otros no sospechan nada. Dolores, sí. Tiene la visión de lo que ha sucedido. Pero en vez de dolor y amor siente pánico de verse descubierta; con voz temblante y emocionada dice al criado:
-Vuélvase usted... vuélvase, Pedro. Pueden necesitarlo.
No se atreve a decir más y aprieta el paso, se aleja, huye... Nadie la acusará de asesinato pero ella sabe que su mano, que aún guarda la presión de la mano de Fígaro, ha disparado un arma. Sabe que es ella quien lo ha matado. Los pasos breves y rápidos de las dos mujeres se pierden resonando a lo lejos sobre las desiguales losas de la calle de Santa Clara. A sus ecos responden las campanas de Santiago doblando lastimeras por las ánimas... Fígaro no es más que un cadáver que yace sangriento y abandonado... no ha recogido nadie su último suspiro, ni su última mirada... sobre la mesa habían quedado unas cuartillas y la carta que le devolvió Dolores.
(...)
La detonación apenas ha sonado. la criada escuchó el ruido de la caída del cuerpo derribando el juego de té y de los vidrios del balcón que quebró la bala, pero no comprendió y puso su comentario vulgar al volver Pedro:
-Mal humor ha dejado al amo esa visita.
Era la hora en que la niña debía entrar, como todas las noches, a darle un beso a su padre antes de acostarse. Tierna costumbre que es un mentís a los que han dicho que Larra no hacía caso de sus hijos o han escrito que la niña estaba ahí por casualidad. No queriendo los criados exponerse al mal humor de Fígaro la dejaron ir sola. Adelita, la linda niña de rizos rubios, no tenía idea de la muerte; pero el espectáculo de su padre caído en el suelo, casi bajo la mesa, con un revólver al lado y los muebles derribados, la sobrecogió. Sintió lo que no comprendía y huyó aterrorizada llamando a los criados:
-Papá está debajo de la mesa.
Entonces acudieron.
Un quinqué iluminaba el fúnebre cuadro. Al caer había derribado el velador, periódicos, libros y papeles se habían exparcido por el suelo; un cristal del balcón se había roto y un helor glacial penetraba en la estancia: Fígaro yacía pálido, con los ojos cerrados; con una expresión de dolor y de amargura, que denotaba bien las últimas impresiones de su vida.
Su cabello de ébano caía sobre su noble frente y hacía resaltar más la palidez. Apenas se notaba el orificio de entrada de la bala, apenas la sangre había salpicado la pechera de su levita y su camisa. Se podría decir, en verdad, que descansaba."
Era lunes de Carnaval y su reloj marcaba las seis de la tarde.
1 comentario:
Impresionante el texto de Carmen de Burgos sobre la muerte de Larra. ESta autora ha sido poco reconocida. Me encantó su autobiografía recomendada por ti.
Un saludo
Luz
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