Este año se va a celebrar el Centenario del nacimiento de Miguel Hernández, y me he acordado de un artículo que escribí hace doce años en el que lamentaba la decisión de su familia de convertir el nombre y la imagen del poeta en un producto comercial. Es éste:
MH
Seguramente hubo un tiempo en que la poesía fue un arma cargada de futuro y la pluma valía tanto como la pistola, pero en ese mañana que volvió a renacer arrasando con los yugos y las flechas sólo se dispararon salvas y olvido: salvas de los nuevos poetas que construían sus versos con la celeridad y el abandono de un eyaculador precoz, y olvido de los poetas viejos por parte de una izquierda política renaciente que, a la hora de la verdad y del voto, no les dio ni las migajas del triunfo cuando llegó al poder.
Como los cantautores, siempre fueron los poetas el frente abierto y la vanguardia, luz en tiempos de crisis y bandera al viento, antes, mucho antes, del puño, la rosa y la modernidad; pero el Cambio requería nuevas ideas y los viejos problemas nuevas soluciones.
Ahora que la izquierda va mal la poesía va bien, y pienso si este resurgimiento de colecciones poéticas no buscará sino el carril desgastado de las ideologías, la blanca palidez de la mente en blanco de un pueblo que abrevó, durante casi tres lustros, en el río cenagoso de las telenovelas, y en el consumo compulsivo de una cultura de deshecho.
Pero aun es posible rizar el rizo aunque preferiría no verlo; sacar al poeta de la cárcel y de la tumba y colocarlo, de golpe, en la cadena de producción.
A Miguel le han marcado, de pronto, el código de barras en el pecho tatuado como en la triste canción de la postguerra, y toda esa concepción de la poesía cargada de futuro, de protesta y de hambre ha dado, dentro de mí, el vuelco súbito que precede a la náusea, como un veneno que marcara a muerte las ideas.
Ya no sólo llevaremos al poeta pegado en los bolsillos del abrigo de invierno como una placa de identificación que nos acredite ante la Historia sino que, al patentar su nombre y su imagen - el rostro que Buero Vallejo pintó- y decidir comercializarlo en las más variadas ramas mercantiles, nos podríamos encontrar con un manojo inusitado y cruel de posibilidades, como lo encontramos en una tienda de Todo a 100: desde un kilo de cebollas convenientemente envasadas con el logotipo MH hasta barro para moldear el caos, el oprobio y la humillación.
Pensó Miguel que, como el toro, había nacido para el luto y, en estos tristes días, nos damos cuenta de que no, de que nació para ser troceado y fichado en la Oficina Española de Patentes como un invento o un producto de consumo más.
Felipeángel (c) 15-9-1998
MH
Seguramente hubo un tiempo en que la poesía fue un arma cargada de futuro y la pluma valía tanto como la pistola, pero en ese mañana que volvió a renacer arrasando con los yugos y las flechas sólo se dispararon salvas y olvido: salvas de los nuevos poetas que construían sus versos con la celeridad y el abandono de un eyaculador precoz, y olvido de los poetas viejos por parte de una izquierda política renaciente que, a la hora de la verdad y del voto, no les dio ni las migajas del triunfo cuando llegó al poder.
Como los cantautores, siempre fueron los poetas el frente abierto y la vanguardia, luz en tiempos de crisis y bandera al viento, antes, mucho antes, del puño, la rosa y la modernidad; pero el Cambio requería nuevas ideas y los viejos problemas nuevas soluciones.
Ahora que la izquierda va mal la poesía va bien, y pienso si este resurgimiento de colecciones poéticas no buscará sino el carril desgastado de las ideologías, la blanca palidez de la mente en blanco de un pueblo que abrevó, durante casi tres lustros, en el río cenagoso de las telenovelas, y en el consumo compulsivo de una cultura de deshecho.
Pero aun es posible rizar el rizo aunque preferiría no verlo; sacar al poeta de la cárcel y de la tumba y colocarlo, de golpe, en la cadena de producción.
A Miguel le han marcado, de pronto, el código de barras en el pecho tatuado como en la triste canción de la postguerra, y toda esa concepción de la poesía cargada de futuro, de protesta y de hambre ha dado, dentro de mí, el vuelco súbito que precede a la náusea, como un veneno que marcara a muerte las ideas.
Ya no sólo llevaremos al poeta pegado en los bolsillos del abrigo de invierno como una placa de identificación que nos acredite ante la Historia sino que, al patentar su nombre y su imagen - el rostro que Buero Vallejo pintó- y decidir comercializarlo en las más variadas ramas mercantiles, nos podríamos encontrar con un manojo inusitado y cruel de posibilidades, como lo encontramos en una tienda de Todo a 100: desde un kilo de cebollas convenientemente envasadas con el logotipo MH hasta barro para moldear el caos, el oprobio y la humillación.
Pensó Miguel que, como el toro, había nacido para el luto y, en estos tristes días, nos damos cuenta de que no, de que nació para ser troceado y fichado en la Oficina Española de Patentes como un invento o un producto de consumo más.
Felipeángel (c) 15-9-1998
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