El nacionalismo catalán no puede ver a Wert; ni los socialistas, ni los de Izquierda Unida, ni los laicos, ni los ateos, ni los que mandan, o enseñan, o aprenden en los colegios y en las Universidades públicas españolas; ni los que viven de la cultura oficial a base de subvenciones, favores y mamandurrias; ni los que dependen de becas para mantener su status deportivo; casi nadie puede ver a Wert; unos, por lo que dice; otros, por lo que intenta; la mayoría, porque lo que viene haciendo, desde que es Ministro de Educación, Cultura y Deporte de este país.
Sin embargo, aunque lo quieran fuera de sus vidas, Wert es como el ojo de Dios que todo lo ve, la cámara oculta del Gran Hermano orwelliano, el omnipresente por excelencia del Gobierno de Rajoy. Se encuentra en la mayoría de los colegios, en todas las redacciones de los periódicos, en cada sede de los partidos políticos, en las dependencias de la Generalitat, en las oficinas de la SGAE, en el despacho de todos los rectores que protestan por los recortes universitarios, en la casa de Artur Mas, de Durán y Lleida, de la familia Pujol, y hasta en la suya, lector, que ha tenido cinco minutos de su tiempo para leer este "pespunte".
Su presencia, la presencia de Wert en nuestras vidas no es la de un ectoplasma político; no notamos su aliento detrás de nuestro cogote como un vampiro del PP , pero lo sentimos cerca, aunque no queramos; podemos tocarle, si me apuran, con la yema de los dedos, y no solo una vez sino muchas veces; tantas como ganas tengamos de acercarnos a nuestro ordenador para escribir unas líneas en un tweet, o un versos al lucero del alba, o la crónica dulce de una amarga noticia; porque allí, en el teclado, solo hay un nombre legible, el suyo, el del ministro WERT, ajeno a la inmersión lingüística, dominando la primera línea entre otras letras carentes de sentido, riéndose de unos y de otros, imborrable, firme, tenaz.
Felipeángel (c)
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