sábado, febrero 14, 2009

LA FRONTERA (ARTÍCULO)

Foto: Rafa Díez (c)


Hace nueve años escribí un artículo titulado "La frontera", haciéndome eco de la justa reivindicación de algunos grupos ecologistas, que pedían a las autoridades municipales de las grandes urbes españolas, un cambio en el diseño de las farolas para que la luz no apuntara al cielo sino al suelo. Nueve años después parece que nuestros políticos no han hecho bien los deberes porque, tal vez aprovechando que el río de la crisis pasa por la moderación en el consumo de energía eléctrica, los grupos ecologístas siguen recordándoles que conviene que los haces de luz apunten mejor hacia abajo que hacia arriba.
El artículo al que he aludido dice así:

LA FRONTERA

Madrid es una ciudad hambrienta de fronteras y nosotros somos la Raya del Este. Mientras esperamos que su virtud o su vicio nos devore como a tantos otros pueblos nacidos en los límites, vemos aun amanecer con el primitivo fulgor de la vieja mirada en los ojos. Somos la carne de sol de su periferia urbana ofreciéndonos, desde los balcones, al alba; la punta de flecha o la estatua de proa de este monstruo implacable que sueña con el mar y sus quejidoa de luna, la brisa y sus ahogados sin nombre.
Desde el cielo se puede ver un Madrid nocturno y soñador, con miles de puntos de luz que parecen alfileres clavados sobre su piel de oso, pero, desde Madrid, no se puede ver el cielo ni las estrellas que, para el hombre primitivo, el romántico y el castizo, era un entretenimiento barato, hermoso y habitual.
Dicen los Grupos de Estudios Astronómicos que esta boina de luz madrileña alcanza veinte kilómetros de altura y que puede verse a trescientos kilómetros de distancia. Madrid se ha convertido, a todas luces, en el gran baile nacional de la Bombilla y las asociaciones ecologistas, que miran con escrupuloso interés tanto el cielo como la tierra, han puesto el dedo en la llaga del deterioro ambiental y el escalpelo crítico en la úlcera sangrante de la noche iluminada.
En la Raya del Este de Vicálvaro, que es como decir la frontera de la frontera del resplandor, las luces de las farolas iluminan los pasos de los viandantes nocturnos sin herir el brillo de las estrellas, y esta circunstancia convierte a sus calles en un ejemplo a seguir si queremos recuperar lo que de nosotros aun hay de seres humanos y, por lo tanto, de su eterno y fraternal vínculo con el inmenso firmamento.

Felipeángel (c) 10/5/00- Revisado-14/2/2009

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