LA ESPERA
Volvías tú
de tu volcán de seda
y era como un atardecer
deshaciéndose de mil colores,
arrullando el vendaval de labios
para que la noche entrara
de pronto en las esquinas.
Volvías tú, mujer,
pero a tu encuentro, tan sólo,
como rumor de olas la espera
en el andén vacío del amor.
Volvías tú
y contigo
el reló de la sangre
naciéndote en el vientre,
se rebelaba absurdo imán de los paisajes,
vaho que, sin descanso, se dibujaba en la arena
o en el agua, fugaz, como un gesto de nieve.
Fue de entonces el hondo plañir de las montañas
y el agradecido semen que fertilizó los valles.
Por cauces y colinas tus ojos de cobalto
buscaban ese dolor que acumula
mil ciento cuarenta veces la muerte
y nadie que no supiera
que tenías un desamor
devorándote las entrañas
rozó levemente tu regazo
como un trozo de hielo
que se acaba, como espuma.
Volvías para no regresar
ni quedarte,
tan ausente,
huyendo del insomnio feliz de las estrellas
o del canto de la soledad
pariendo más soledad a la vuelta,
el regreso,
la querencia de la tierra
que te vio nacer, como lluvia de jardín,
sin amor, como una larva.
Felipeángel (c)
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