Foto: Felipeángel (c)
Rumbo a la playa
va el caballero,
sombrilla en ristre,
amplio sombrero,
marcial el paso
y el gesto fiero,
que tiene a usanza
ser el primero;
Junto a las olas
blande el acero;
en la arena fina
hace un agujero;
miran las gaviotas
al aventurero,
clavando en la playa
el rejón certero.
Comprueba a pie firme
-el aire torero-
si entró muy profundo
el tubo playero,
y ante la evidencia
de ser duradero
ensarta otro tubo
con gracia y esmero.
Mirando hacia el sol,
el cuerpo altanero,
extiende los brazos
y como un arquero
levanta la tela
describiendo un cero.
Pasan corredores
ante el dominguero,
una dama joven,
algún bordonero,
y, al verlos, se siente,
feliz y ligero;
mas rompe el encanto,
con gesto grosero,
un madrugador,
otro sombrillero,
que toma la playa
junto al caballero.
-¿Do vas, infelice?-
le dice, chancero-
¿Acaso no hay sitio,
follón, majadero?
Así como el viento
impulsa al velero,
un golpe llevó
al bravo hacia el suelo.
Puñada a puñada,
como un moledero,
se muelen los huesos,
por el desafuero,
se hincan los dientes,
se tiran del cuero
con tanto tesón
y tan duradero
que ni separarlos
pudo un jornalero
que iba hacia el tajo
alegre, parlero.
-!Que no sus pegueis!-
grita el peonero.
-!Que yo llegué antes!-
clama el caballero.
-!Que es mía la playa!-
dice el pendenciero.
Se forma un tumulto,
casual, charanguero,
dejan de pegarse
los bravos guerreros;
llega un policía
fondón y culero;
pregunta qué pasa,
y dice un vocero:
-!No pasa aquí ná!
que es ancha la playa
y ancho el bañadero,
más el mismo sitio
en el cocedero
quieren que se cueza
antes su puchero.
Felipeángel (c)
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