sábado, mayo 05, 2012

MUCHO CUENTO: "TESTAMENTO DE UN PORDIOSERO"


En una mañana del mes de agosto de 1796 se hallaban reunidos en una miserable buhardilla, en la ciudad de Dublín, seis u ocho irlandeses de la clase del pueblo, convocados para oir la lectura de un testamento. El testador, que había muerto aquella misma mañana, era un honrado irlandés llamado Tolam, pordiosero de oficio, que había pasado en las puertas de las iglesias y mendigando por las calles sesenta años de su vida. No tenía familia, es decir, hijos ni mujer; jamás había encendido fuego en su casa y se había mantenido con los restos de las mesas de algunas casas ricas, con los mendrugos de pan que le daban y con las patatas que le permitían asar en los cuerpos de guardia.
-No deja de ser ocurrencia original la de hacer testamento este buen hombre -dijo uno de los asistentes-; y en verdad que no comprendo cuáles son los bienes que deja, porque ni tiene silla en qué sentarse, ni mesa en qué comer, ni cama para descansar, puesto que se le ha encontrado muerto sobre un montón de hierba seca.
En esto penetró en la habitación el escribano, saludó y miró a todos con un aire sobradamente burlón, se sentó sobre una gran piedra que había en un ángulo, se caló las gafas, desenrrolló sus mamotretos, tosió tres o cuatro veces y principió la lectura de aquel testamento original.
Después de las fórmulas ordinarias pasó a los legados que interesaban a los asistentes, y son como siguen:
"-Item: lego a mi cuñada un par de medias viejas, recosidas y manchadas, que fueron de color azul, cuando Dios quería; y se encontrarán debajo de mi cabecera, a la mano derecha.
-Item a mi sobrino Tom, hijo de mi hermano, le dejo otro par de medias, también viejas, raídas y deshechas, de color negro, que se encontrarán debajo de mi cabecera, a la mano izquierda.
-Item a mi sobrina Jenny, hija de mi hermana, que santa gloria haya, le dejo unos calzones viejos, raídos y remendados, que ya no tienen color y se encontrarán debajo de la cama, al lado derecho de mis pies.
-Item a mi sobrina Fanny, hija de mi segunda hermana, le dejo un gorro viejo de dormir, hecho jirones, pero con buen forro y buenas ataduras, que se encontrará al lado izquierdo de los pies de mi cama.
-Item lego a mi amigo el teniente de milicias, Tom Slein, que bebía  conmigo cerveza en la taberna del inglés Harley, una media azul sola y descabalada, con algunos puntos y sin pareja, que se encontrará debajo de mi cama, en el centro de mi cabecera.
-Item dejo a mi prima unas botas viejas hechas añicos y que ya no se pueden remendar.
-Item dejo a mi amigo y compañero Hannach, el pordiosero, una cantarilla rajada, rota y desportillada, a la que ya le faltan tres o cuatro pedazos y no puede utilizarse para tener cerveza, a pesar de lo mucho que en este oficio me ha servido durante treinta años.
-Item encargo a mis legatarios que me encomienden a Dios y hagan por mi alma lo que crean y sea justo hacer, atendida la cuantía del legado que a cada uno de ellos pertenece, etc."
Al llegar aquí soltaron todos una carcajada que hizo temblar las paredes de aquel miserable zaquizamí.
-Por vida de... -dijo el teniente-, que la burla de nuestro amigo Tholam no puede ser más pesada. Yo rezaré cuanto me sea posible por su eterno descanso; hemos bebido juntos mucha cerveza, pero renuncio a su herencia y puede el que quiera tomar para sí mi maldecida media azul sola, con puntos y comas y sin pareja. ¡Vaya un legado! ¡Ja, ja, ja!
-Yo renuncio a las botas -dijo la prima.
-Y yo a los calzones viejos -gritó la sobrina Jenny.
Y de este modo fueron renunciando todos y cada uno a su legado.
-Señores -dijo el pordiosero Hannach-, ustedes deben ser ricos, y no es extraño que renuncien a  cosas tan malas; yo por mi parte vivo de la caridad pública y no estoy en el caso de desechar el don de mi amigo. Acepto mi cantarilla y acepto los legados que vds. renuncian si quieren hacerlo a mi favor.
-¡Sea! -gritaron todos a la vez.
-Escribano, hágame V. la entrega formal de todo, y levante V. acta de la renuncia y de la entrega.
El escribano formalizó acta de todo, y después, yendo a recoger la cantarilla, dijo sorprendido:
-Señores, no puedo levantarla sino es con mucho esfuerzo, y es necesario que esté rellena de plomo.
-Veamos -dijo Jenny, curiosa como joven y como mujer, examinando por dentro la cantarilla.- ¡Santo Dios, pero si es oro!
-¡¡¡Oro!!! -gritaron con espanto los imprudentes que habían renunciado.
-No es eso sólo, señores -dijo el escribano-, está todo lleno y repleto de oro: las medias viejas, los calzones rotos, el gorro de dormir, la bota...; todo está de manera que no cabe más.
-¡Bendito sea mi amigo Tholam! -dijo el pobre.
-¡Maldita sea nuestra ligereza! -dijeron los demás legatarios.
-¡Pero, señores! -gritó el escribano-, ¿a quien se le ocurre la idea de renunciar a un legado aunque consista en medias viejas? Siempre hemos oído decir: "A lo dado no le mires el pelo; alarga la mano y tómalo luego."
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