Está Lisete, la Infantina,
cerca del mar,
escuchando la sonatina
crepuscular.
Y una azafata dice: Dueña
te contaré
una leyenda, alba risueña,
que yo me sé.
Responde la niña con leve,
dulce mohín,
y ya impaciente mueve el breve,
rojo chapín.
—El viejo Rey de la Isla de Oro
poseía
un rubio y cándido tesoro
—luz y ambrosía—.
Y ese divino tesoro era
una hija linda;
celosa estaba la Primavera
de la Princesa Rosalinda.
Mil Príncipes iban a verla
y enloquecían
apenas su faz color de perla
rosa veían...
Pero la niña era curiosa
y, cierta vez, quiso mirar
la espuma que el Alba sonrosa
del viejo mar.
Y sola fuese hasta la orilla...
mejor no fuera,
porque al mirar tal maravilla
en la ribera,
robósela un monstruo marino
y Poseidón
guardó a la niña en submarino
terreón.
¡Y cuando la negra mar delira,
se pone a llorar,
como una vaga y dulce lira
crepuscular!
Medardo Ángel Silva
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