Voy a hablar de una exposición que ya no puede verse porque ayer finalizó el plazo para hacerlo.
Durante casi tres meses estuvo colgada en las paredes del Centro Cultural de la Villa de Madrid. Ayer fue el último día.
Lo hago a propósito porque hablar de las ciudades invisibles cuando podemos verlas me parece menos sugerente y más contradictorio que hacerlo cuando las formas de sus casas y el trazado de sus calles están expuestas al prodigio de la imaginación.
Puedo decir, por tanto, que vi la ciudad de Zenobia, tal y como la imaginó Italo Calvino y la dibujó Pedro Cano, con su tierra seca y sus casas de bambú levantadas sobre altísimos pilotes, y sé que no diré nada porque el que me lea, sin conocerla, se imaginará otra Zenobia distinta a la que ellos y yo tenemos en la cabeza, una Zenobia llena de muchachas que nos miran con sus ojos fijos a través de los miradores y las galerías, u otra Zenobia completamente diferente, que busca la felicidad en las gotas de rocío que corroen las habitaciones o en el polvo de los caminos que envuelve a los viajeros.
Lo hermoso de todo ésto es saber que aunque ninguna de las cuatro o cuatrocientas imágenes posibles de Zenobia, la de Calvino, la de Cano, la de los lectores o la mía, coíncidan con su verdadera realidad, todas lo hacen cuando la enmarcamos en el deseo, en la memoria o en los signos.
De las 80 ciudades con nombre de mujer que Italo Calvino imaginó y que Pedro Cano plasmó en sus acuarelas, algunos años después, me gusta Despina, la ciudad que se ve de diferente manera según se entre por el cálido mar o por el tórrido desierto; y Anastasia, la ciudad bañada por canales circulares, cuyas mujeres desnudas invitan al viajero a bañarse con ellas en los estanques azulados; y la ciudad de Tamara, donde las fachadas de sus calles están llenas de enseñas con figuras de cosas que significan otras cosas; y, sobre todo, me sobrecoge y me conmueve el inesperado destino de Sofronia, la ciudad que se compone de dos medias ciudades, una fija y otra provisional, que Italo Calvino imagina de mármol y circo, y Pedro Cano dentro de una maleta.
Felipeángel (c)
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