A punto de cumplirse el Bicentenario del Nacimiento de Mariano José de Larra, la Biblioteca Nacional lo cierra con una magnífica exposición que incluye libros y manuscritos del autor, junto a cuadros, muebles, trajes y periódicos del tiempo que le tocó vivir.
Dividida en varias salas, ofrece a la curiosidad de los visitantes todo una detallada recreación de aquellos años convulsos, con numerosos textos biográficos que trazan caminos paralelos entre la vida de Larra y los acontecimientos historicos. En la última, copan sus vitrinas los libros de otros escritores que se interesaron, desde su muerte hasta nuestros días, por su figura, y preside el centro un monitor en el que puede verse un extenso y entretenido documental protagonizado por varias personalidades de la vida literaria e intelectual de este país.
Todos hablan bien del genial periodista, salvo un biógrafo suyo, al que apenas se le entiende, dado el énfaxis que pone en sus palabras, que nos recuerda que era pequeñito y tan acomplejado que Bretón de los Herreros le llamaba "el imperceptible", y Raúl del Pozo, el asaltatumbas del diario El Mundo, que dice que era un pijo. Pues vale. Con éllo no es que quieran restarle méritos sino que resaltan su pequeñez y su cuidada vestimenta como rasgos distintivos de su personalidad, que le llevan a enfrentarse a una sociedad que no le agrada con la fusta de sus palabras y el vitriolo de sus sátiras.
Otros dicen que a Larra, antes que a don Antonio Machado, le dolía España y ésa, y no otra, fue la razón de su suicidio con tan sólo 28 años de edad.
Todos, sin embargo, coinciden en que fue el primer periodista moderno de este país.
Alfredo Amestoy, siempre excesivo, relata en un artículo los últimos momentos de Larra. Sin duda exagera, pero tal vez no lo haga en los emulentos que el escritor recibía por la publicación de sus artículos. Son importantes sumas de dinero que ya quisieran cobrar hoy en día algunos articulistas de reconocido prestigio. Estaba el escritor, por lo tanto, en la cima de su éxito social y literario, pero una gran desesperanza se apoderó de su ser y sucumbió, trágicamente, al abismo de la muerte.
Hoy, para muchos de nosotros, sigue más vivo que nunca.
Felipeángel (c)
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