La Feria abrió a las once de la mañana y el Paseo de Recoletos se fue poblando de gente variopinta: viejos con caras de bohemios del XIX preguntando por libros de tauromaquia o del arte de destilar licores; jovencitas con el cuaderno pegado al pecho rebuscando en un cajón de novelas románticas; burgueses de traje y corbata; escritores venidos a menos; mujeres con perrito y sin él interesándose por las últimas novedades de Pérez-Reverte o por algún libro descatalogado de una colección erótica; estudiantes de incunables sin un duro en el bolsillo; marquesas sin marqués; letraheridos; sonámbulos; paseantes; bibliófilos sabihondos y extranjeros redichos; todos iban y venían de unas casetas a otras, sosegada, delicadamente, como impone el catecismo del perfecto degustador de ferias.
Felipeángel (c)
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Fotos: Felipeángel (c)
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