Fotografía: Felipeángel (c)
Entré en el limpio y amplio W.C. del mercado y comprendí que aquellos tubos eran una improvisada estantería. Así que dejé los libros para que los futuros clientes pudiesen leer mientras realizaban sus necesidades. Es probable que alguno haya terminado pensando que formaban parte de la estética del remozado mercado y me parece bien que lo crean, porque es lo que me sugirió a mi nada mas recorrerlo. Si la comida estaba pensada para groumets, y el restaurante de la terraza para un público exquisito y relajado, lo normal es que dieran un toque literario al íntimo habitáculo de las micciones y deyecciones de sus clientes. ¿Acaso hay algo más rompedor que tirarse un pedo mientras se leen los artículos de Larra? ¿O no es modernista cagar envuelto en la dulce fragancia de los versos de Rubén Darío? Dejemos volar la imaginación e imaginemos que la idea se extiende a otros locales; que mientras hacemos fuerza para que los intestinos expulsen de una manera agradable nuestros queridos excrementos, nuestra boca expulsa al mismo tiempo un ramillete de versos magníficos y brillantes que se pensaron para lucirse en los nobles salones o en las abigarradas tertulias de algún café.
He aquí, pues, su primera casa de acogida. Puede que terminen en otra o puede que no, que a los tres libros les terminen haciendo compañía otros, hasta formar una biblioteca urinaria acorde con los nuevos tiempos culturales. El azar dirá.
Felipeángel (c)
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