Recuerdo algunas películas sobre enfermos terminales y su relación, a veces problemática y tortuosa, con quienes les rodean -por ejemplo, "Gritos y susurros", la gran obra maestra de Ingmar Bergman, o "Planta 4ª", de Antonio Mercero- pero ninguna cuyo protagonista fuera un ser tan abyecto como Uxbal, un tipo que se mueve entre la ciénaga de algunas esclavitudes actuales y el pantano de su relación amorosa y familiar.
Nada es hermoso en "Biutiful" salvo el nombre; todo es feo en una ciudad que, para los visitantes ocasionales como yo, nos parece atractiva, brillante, llena de bellos rincones y vitalidad; cada escena acrecienta la sordidez de la historia, intensifica la gravedad del drama, renuncia a cualquier final feliz y sume al espectador en una atmósfera irrespirable que se acrecienta con una música triste e hipnótica, y una fotografía dura e inquietante.
Alejandro González Iñárritu cuenta en "Biutiful" los últimos meses de vida de un oscuro intermediario de los bajos fondos, que lo mismo cobra por proporcionar mano de obra barata a una constructora, que por mediar ante policias corruptos para que los manteros negros vendan los bolsos falsificados de los chinos en determinados lugares de la capital catalana, pero el eje central donde se apoya es la evolución del cáncer de próstata de Uxbal, maravillosamente interpretado por Javier Bardem, y su relación con su exmujer, una alcohólica de vida bastante desordenada, y sus dos hijos.
La película es lenta, pero tal vez la vida también lo es, o lo es la vida de aquellos africanos que vemos muchos días en la calle, vendiendo gafas de sol, o cinturones, o pañuelos en la Glorieta de Atocha, o de esos chinos que ofrecen cds por los bares con esa sonrisa asiática que no sabes muy bien si es de amabilidad o de resignación.
La película es lenta para que nos paremos a pensar que en nuestro modo de vivir, consumista y vertiginoso, existen muchos y muy diferentes ritmos, que pueden llevarte al éxito o al fracaso, al bienestar o a la muerte, y que en esa dinámica, a veces brutal, y casi siempre inhumana, son muchos los que no pueden abrirse camino, presos de sus propias ilusiones o de sus fatídicos destinos. Uxbal vive de eso, de gente sin papeles y sin futuro, que un día son deportados o que a la semana siguiente aparecen muertos en la arena de la playa pero, a diferencia de los mafiosos de medio pelo que hemos visto en tantas películas, este individuo no saca mucho beneficio de sus trapicheos, o es un incorregible avaro, no lo sé bien, porque habita en un piso viejo y cochambroso, no tiene coche, y siempre va por la calle con cara de guarro y facineroso.
En esa cuesta abajo, Uxbal intenta rehacer los lazos rotos de su vida, pero la triste y dolorosísima realidad se va imponiendo, sin un atisbo de esperanza, hasta que sus ojos abiertos en la cama dejan de mirar, y oímos su voz pero no vemos moverse sus labios; vemos su cuerpo en la nieve pero ya sabemos que el guía que le habla y el paisaje que le acoge no es, ya no es en ese preciso instante, de este desalmado, injusto y triste mundo.
Felipeángel (c)
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