Ahora que voy cerrando puertas y ventanas para que el espíritu de mamá permanezca siempre entre nosotros, ahora, digo, vuelvo a recordar lo que siempre nos dijo, desde el principio hasta la hora de su muerte, ¡os quiero tanto, hijos míos, es tanto el amor que os tengo que daría mi vida por vosotros sin dudarlo un instante!, y así fue, que te despertaba cada mañana con un beso y te acostaba cada noche con otro, en medio de aquel silencio tibio que iba invadiendo las habitaciones de la casa como una niebla lenta y cautiva, y sólo había que dejarse mecer por ella para entrar en el mundo de los sueños, y permanecer allí hasta las primeras horas del alba, cuando los despertadores iban abriéndose paso con sus sonidos de caja de muñeca, levanta, mi amor; abre los ojos, mi vida; despierta, corazón mío; así una mañana y otra, viéndonos crecer, vestirnos, ir al colegio con esa algarabía de gorriones urbanos, hasta que un día notó que venía triste, y al día siguiente vio que venía triste Paula, y pocos días más tarde, que venía muy triste Rosario, y , al vernos así, tan tristes, nos fue preguntando qué pasaba, y yo la dije que un niño me trataba mal, y Paula le dijo que un niño le robó el reloj, y Rosario la dijo, entre llantos, que unas niñas la obligaron a desnudarse en el aseo mientras otra le iba echando agua con una pistola de juguete, y ella, con esa voz tan parecida a un susurro, sólo nos dijo, no temáis, y, a la mañana siguiente, fuimos todos un poco más temprano a la escuela para ver pasar a los niños y niñas que nos maltrataban, nos robaban los relojes y nos echaban agua, y a todos dio mamá los buenos días antes de incorporarnos a las clases, y ya no temimos, como nos pidió mamá, porque, semanas después de toda nuestra tristeza, el niño que me trataba mal cambió de colegio, Paula recuperó su reloj y Rosario no volvió a sentirse acosada en los servicios escolares, y así pasamos el trimestre hasta las vacaciones de navidad, protegidos por ese amor de madre que era una delicia sentir, siempre con una palabra amable en la boca, un beso oportuno en la mejilla, una sonrisa radiante en la mirada, pendiente del más mínimo de nuestros deseos, ¿qué queréis para comer? ¿qué os apetece desayunar? ¿a dónde queréis ir?, asombrados con el colorido de las luces en la calle, la suavidad de los manteles, el entrañable belén que fuimos pacientemente construyendo en una esquina del salón de la casa, un poco distante del árbol donde los reyes pusieron los regalos en esa noche especial, tan esperada para nosotros, y que corrimos a abrir a la mañana siguiente, cuando mamá nos despertó con su voz suave como una caricia, levanta, mi amor, abre los ojos, mi vida; despierta, corazón mío; sólo eran tres cajas iguales envueltas con tres papeles de colores distintos y una cinta rematada con un lazo; en las tres venía la palabra felicidades; las fuimos abriendo una por una ante la mirada expectante de mamá, que tanto nos quería, y una a una fuimos sacando de las cajas las tres cabezas cortadas: la del niño que me trató mal, la del niño que le robó el reloj a Paula, y la de la niña que roció de agua a Rosario con una pistola de juguete.
Felipeángel (c)
Felipeángel (c)
No hay comentarios:
Publicar un comentario