Habrá sido casualidad, no digo que no, pero este fin de semana han coincidido dos películas sobre el Camino de Santiago: la coproducción austro-alemana "Te llevaré al fin del mundo", de Christine Kabisch, y la coproducción hispano-norteamericana "The Way", dirigida por Emilio Estevez. Ambas se han estrenado este año.
La primera la emitió TVE, el sábado, en Sesión de Tarde, y la segunda la he visto en el cine este mismo domingo.
"Te llevaré al fin del mundo" trata del viaje que realizaron un padre y su hija desde Saint Jean Piet de Port hasta Finisterre. Cada uno tiene sus motivaciones; el padre está enfermo de cáncer y la hija se siente engañada por su marido, al descubrirle con una amante. El padre muere antes de llegar a Santiago de Compostela y la hija decide llevar las cenizas hasta el cabo de Finisterre para arrojarlas al mar.
La vi y la escuché en versión original porque el doblaje era deplorable. A pesar de incluir en la banda sonora algunos fragmentos de música andaluza, que casaban mal con el paisaje de la cornisa cantábrica, y de limitar casi toda la historia a la relación entre el padre y la hija, la película me gustó y decidí ver la que estrenaban este fin de semana en los cines con el mismo tema de fondo, para comparar.
"The way" narra el viaje que hace un padre estadounidense hasta Saint Jean Piet de Port para recoger el cadáver de su hijo, que tuvo la desgracia de morir en los Pirineos, atrapado por una tormenta, el primer día de iniciar el Camino. Quiere llevárselo a California pero decide incinerarlo y recorrer los 800 kilómetros que separan la localidad francesa de la ciudad gallega. Por determinadas partes del recorrido va dejando montoncitos de la ceniza de su hijo hasta llegar a Muxía. En el Camino comparte vivencias con tres peregrinos más, un tipo gordo de Amsterdam, un irlandés que busca una buena historia que escribir, y una canadiense angustiada porque sufrió maltrato conyugal.
La vi y la escuché doblada al castellano pero me hubiera gustado haberla oído en versión original, para saber si el inglés que habla el gitano de Burgos es tan bueno como el español que, presumiblemente, utiliza alguna vez Martin Sheen en varias escenas de la película.
Ambas tienen algunas coincidencias más, como la simbólica piedrecita que llevan los peregrinos en el bolsillo para depositarla a los pies de una cruz determinada del recorrido, o las incómodas literas de los albergues, o los diálogos sobre la fe, la religiosidad o la falta de ella, pero la película austro-alemana, al contrario que la hispano-norteamericana, carece de sentido del humor, se ve que va más corta de presupuesto y no incluye otros personajes relevantes, salvo a un peregrino austríaco que se dedica a ligarse a las peregrinas para acostarse con ellas y, después, robarlas.
La película de Emilio Estevez nos ofrece algo más: una magnífica fotografía, varias historias paralelas que funcionan bien al lado de la principal, una banda sonora magnífica con sonidos mucho más cercanos a esa tierra que la guitarra andaluza de la película de Christine Kabisch, y una serie de tópicos, perfectamente prescindibles, como los sanfermines, la zambra gitano-flamenca en una placita de Burgos, el hostelero torero o el vino tinto de Rioja, que estén donde estén, siempre es Cune.
Cuando entré en la sala sabía que iba a ver una road-movie -la peli se basa, en parte, en un libro de Jack Hitt, titulado "Off the Road"- que podía ser el final de ese gran viaje de Martin Sheen que comenzó en "Apocalipsis Now", y me encontré a un actor sumido, más que en el corazón de las tinieblas conradiano, en las no menos oscuras tinieblas de la revelación, que le llevan a odiar y a amar a sus semejantes a partes iguales, hasta descubrir su verdadero ser y el de los que le rodean en los largos y azarosos días andando ese Camino de Santiago, que tantas y tan distintas cosas significan para unos y para otros.
A pesar de sus altibajos, es una película que merece la pena ver.
Felipeángel (c)
La primera la emitió TVE, el sábado, en Sesión de Tarde, y la segunda la he visto en el cine este mismo domingo.
"Te llevaré al fin del mundo" trata del viaje que realizaron un padre y su hija desde Saint Jean Piet de Port hasta Finisterre. Cada uno tiene sus motivaciones; el padre está enfermo de cáncer y la hija se siente engañada por su marido, al descubrirle con una amante. El padre muere antes de llegar a Santiago de Compostela y la hija decide llevar las cenizas hasta el cabo de Finisterre para arrojarlas al mar.
La vi y la escuché en versión original porque el doblaje era deplorable. A pesar de incluir en la banda sonora algunos fragmentos de música andaluza, que casaban mal con el paisaje de la cornisa cantábrica, y de limitar casi toda la historia a la relación entre el padre y la hija, la película me gustó y decidí ver la que estrenaban este fin de semana en los cines con el mismo tema de fondo, para comparar.
"The way" narra el viaje que hace un padre estadounidense hasta Saint Jean Piet de Port para recoger el cadáver de su hijo, que tuvo la desgracia de morir en los Pirineos, atrapado por una tormenta, el primer día de iniciar el Camino. Quiere llevárselo a California pero decide incinerarlo y recorrer los 800 kilómetros que separan la localidad francesa de la ciudad gallega. Por determinadas partes del recorrido va dejando montoncitos de la ceniza de su hijo hasta llegar a Muxía. En el Camino comparte vivencias con tres peregrinos más, un tipo gordo de Amsterdam, un irlandés que busca una buena historia que escribir, y una canadiense angustiada porque sufrió maltrato conyugal.
La vi y la escuché doblada al castellano pero me hubiera gustado haberla oído en versión original, para saber si el inglés que habla el gitano de Burgos es tan bueno como el español que, presumiblemente, utiliza alguna vez Martin Sheen en varias escenas de la película.
Ambas tienen algunas coincidencias más, como la simbólica piedrecita que llevan los peregrinos en el bolsillo para depositarla a los pies de una cruz determinada del recorrido, o las incómodas literas de los albergues, o los diálogos sobre la fe, la religiosidad o la falta de ella, pero la película austro-alemana, al contrario que la hispano-norteamericana, carece de sentido del humor, se ve que va más corta de presupuesto y no incluye otros personajes relevantes, salvo a un peregrino austríaco que se dedica a ligarse a las peregrinas para acostarse con ellas y, después, robarlas.
La película de Emilio Estevez nos ofrece algo más: una magnífica fotografía, varias historias paralelas que funcionan bien al lado de la principal, una banda sonora magnífica con sonidos mucho más cercanos a esa tierra que la guitarra andaluza de la película de Christine Kabisch, y una serie de tópicos, perfectamente prescindibles, como los sanfermines, la zambra gitano-flamenca en una placita de Burgos, el hostelero torero o el vino tinto de Rioja, que estén donde estén, siempre es Cune.
Cuando entré en la sala sabía que iba a ver una road-movie -la peli se basa, en parte, en un libro de Jack Hitt, titulado "Off the Road"- que podía ser el final de ese gran viaje de Martin Sheen que comenzó en "Apocalipsis Now", y me encontré a un actor sumido, más que en el corazón de las tinieblas conradiano, en las no menos oscuras tinieblas de la revelación, que le llevan a odiar y a amar a sus semejantes a partes iguales, hasta descubrir su verdadero ser y el de los que le rodean en los largos y azarosos días andando ese Camino de Santiago, que tantas y tan distintas cosas significan para unos y para otros.
A pesar de sus altibajos, es una película que merece la pena ver.
Felipeángel (c)
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